A poco de haberse encargado del reino Agesilao, vinieron algunos del Asia, anunciando que el rey de Persia preparaba grandes fuerzas para excluir a los Lacedemonios del mar. Deseaba Lisandro ser enviado otra vez al Asia y dar auxilio a aquellos de sus amigos que había dejado como prefectos y señores de las ciudades, y que por haberse conducido despótica y violentamente, habían sido expulsados o muertos por los ciudadanos. Persuadió, pues, a Agesilao, que se pusiera al frente del ejército y que, pasando a hacer la guerra lejos de la Grecia, se anticipara a los preparativos del bárbaro. Al mismo tiempo dio aviso a sus amigos del Asia para que, enviaran a Lacedemonia a pedir por general a Agesilao. Presentándose éste ante la muchedumbre, tomó a su cargo la guerra si le concedían treinta entre generales y consejeros espartanos, dos mil ciudadanos nuevos escogidos de los hilotas, y de los aliados una fuerza de seis mil hombres. Con el auxilio de Lisandro se decretó todo prontamente, y enviaron al punto a Agesilao, dándole los treinta Espartanos, de los cuales fue desde luego Lisandro el primero, no sólo por su opinión y su influjo, sino también por la amistad de Agesilao, a quien le pareció que en proporcionarle esta expedición le había hecho mayor favor que en haberle sentado en el trono. Reuniéronse las fuerzas en Geresto, y él pasó con sus amigos a Áulide, donde hizo noche, y le pareció que entre sueños le decía una voz: “Bien sabes ¡oh rey de los Lacedemonios! que ninguno ha sido general de toda Grecia sino antes Agamenón, y tú ahora, después de él; en consideración, pues, de que mandas a los mismos que él mandó, que haces a los mismos la guerra y que partes a ella de los mismos lugares, es puesto en razón que hagas a la diosa el sacrificio que él hizo aquí al dar la vela”; e inmediatamente se presentó a la imaginación de Agesilao la muerte de la doncella que el padre degolló a persuasión de los adivinos. Mas no le asombró esta aparición, sino que, levantándose y refiriéndola a los amigos, dijo que honraría a la diosa con aquellos sacrificios que por lo mismo de ser diosa le habían de ser más agradables, y en ninguna manera imitaría la insensibilidad de aquel general; y coronando una cierva, dio orden de que la inmolara su adivino, y no el que solía ejecutarlo, destinado al efecto por los Beocios. Habiéndolo sabido los Beotarcas, encendidos en ira, enviaron heraldos que denunciasen a Agesilao no hiciera sacrificios contra las leyes y costumbres patrias de la Beocia; y habiéndole hecho éstos la intimación, arrojaron del ara las piernas de la víctima. Fue de sumo disgusto a Agesilao este suceso, y se hizo al mar, irritado contra los Tebanos y decaído de sus esperanzas a causa del agüero, pareciéndole que no llevaría a cabo sus empresas, ni su expedición tendría el éxito conveniente.