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Llegados a Éfeso, desde luego fue grande la autoridad, de Lisandro, y su poder se hizo odioso y molesto, acudiendo en tropel las gentes en su busca y siguiéndole y obsequiándole todos; de manera que Agesilao tenía el nombre y el aparato de general por la ley, pero de hecho Lisandro era el árbitro y el que todo lo podía y ejecutaba. Porque de cuantos generales habían sido enviados al Asia ninguno había habido ni más capaz ni más terrible que él, ni hombre ninguno había favorecido más a sus amigos ni había hecho a sus enemigos mayores males. Como aquellos habitantes se acordaban de estas cosas, que eran muy recientes, y, por otra parte, veían que Agesilao era modesto, sencillo y popular en su trato, y que aquel conservaba sin alteración su dureza, su irritabilidad y sus pocas palabras, a él acudían todos y él solo se llevaba las atenciones. En consecuencia de esto, desde el principio se mostraron disgustados los demás Espartanos, teniéndose más por asistentes de Lisandro que por consejeros del rey; y después, el mismo Agesilao, aunque no tenía nada de envidioso ni se incomodaba de que se honrase a otros, como no le faltasen ni ambición ni carácter, temió no fuera que si ocurrían sucesos prósperos se atribuyesen a Lisandro por su fama. Manejóse, pues, de esta manera: primeramente, en las deliberaciones se oponía a su dictamen, y si le veía empeñado en que se hiciese una cosa, dejándole a un lado y desentendiéndose de ella hacía otra muy diferente. En segundo lugar, si acudían con algún negocio los que sabía eran más de la devoción de Lisandro, en nada los atendía. Finalmente, aun en los juicios, si veía que Lisandro se ponía contra algunos, éstos eran los que habían de salir mejor, y, por el contrario, aquellos a quienes manifiestamente favorecía podían tenerse por bien librados si sobre perder el pleito no se les multaba. Con estos hechos, que se veía no ser casuales, sino sostenidos con igualdad y constancia, llegó Lisandro a comprender cuál era la causa y no la ocultó a sus amigos; antes, les dijo que por él sufrían aquellos desaires, y los exhortó a que hicieran la corte al rey y a los que podían más que él.

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