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Echábase de ver que con esta conducta y estas expresiones procuraba excitar el odio contra Agesilao; y éste, para humillarle más, le nombró repartidor de la carne; y, según se dice, al anunciar el nombramiento añadió delante de muchos: “¡Que vayan ahora éstos a hacer la corte a mi carnicero!” Mortificado, pues, Lisandro, se presentó y le dijo: “Sabes muy bien ¡oh Agesilao! humillar a tus amigos”; y éste le respondió: “Sí, a los que aspiran a poder más que yo”; y Lisandro entonces: “Quizá es más lo que tú has querido decir que lo que yo he ejecutado; mas señálame puesto y lugar donde sin incomodarte pueda serte útil”. De resultas de esto, enviado al Helesponto, trajo a presentar a Agesilao al persa Espitridates, de la provincia de Farnabazo, con ricos despojos y doscientos hombres de a caballo; pero no se le pasó el enojo, sino que, llevándolo siempre en su ánimo, pensó en el modo de quitar el derecho al reino a las dos casas y hacerlo común para todos los Espartanos; y es probable que habrían resultado grandes novedades de esta disensión a no haber muerto antes haciendo la guerra contra la Beocia. De este modo los caracteres ambiciosos, que no saben en la república guardar un justo medio, hacen más daño que provecho: pues si Lisandro era insolente, como lo era en verdad, no guardando modo ni tiempo en su ambición, no dejaba Agesilao de saber que podía haber otra corrección más llevadera que la que usó con un hombre distinguido y acreditado que se olvidaba de su deber, sino que, arrebatados ambos del mismo afecto, el uno, parece haber desconocido la autoridad del general y el otro no haber podido sufrir los yerros de un amigo.

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