El principio de la corrupción y decadencia de la república de los Lacedemonios casi ha de tomarse desde que, destruyendo el imperio de los Atenienses, comenzaron a abundar en oro y en plata. Con todo, habiendo establecido Licurgo que no se introdujese confusión en la sucesión de las casas, y dejando en consecuencia el padre al hijo su suerte, puede decirse que esta disposición y la igualdad que ella mantuvo preservaron a la república de otros males; pero siendo Éforo un hombre poderoso y de carácter obstinado y duro, llamado Epitadeo, por disensiones que había tenido con su hijo, escribió una retra, por la cual era permitido a todo ciudadano dar su suerte en vida a quien quisiese, o dejársela por testamento. Éste, pues, para satisfacer su propio enojo, propuso la ley, pero los demás ciudadanos, admitiéndola y confirmándola por codicia, destruyeron uno de los más sabios establecimientos. Porque los poderosos adquirieron ya sin medida, arrojando de sus suertes a los que les alindaban; y bien presto, reducidas las haciendas a pocos poseedores, no se vio en la ciudad más que pobreza, la cual desterró las ocupaciones honestas, introduciendo las que no lo son, juntamente con la envidia y el odio a los que eran ricos. Así es que no habrían quedado más que unos setecientos Espartanos, y de éstos acaso ciento solamente eran los que poseían tierras y suertes, y todos los demás no eran más que una muchedumbre oscura y miserable, que en las guerras exteriores defendía a la república tibia y flojamente, y en casa siempre estaba en acecho de ocasión oportuna para la mudanza y trastorno del gobierno.