En esto Arato, empeñado en su marcha, seguía hacia la eminencia torpemente y con dificultad al principio, no teniendo certeza y andando a tiento por perderse y oscurecerse el sendero entre los derrumbaderos, y por no conducir a la muralla sino por muchos rodeos y revueltas. Fue cosa maravillosa cómo en este momento la luna disipó las nubes, según se dice, y tomó por su cuenta alumbrar en lo más escabroso del camino, hasta que llegó a la muralla por la parte que convenía, y aquí otra vez se encubrió y oscureció, volviendo las nubes. Los soldados de Arato, que en número de trescientos habían quedado a la puerta, junto al templo de Hera, luego que penetraron en la ciudad, agitada del mayor tumulto e invadida por todas partes, como no pudiesen encontrar la misma senda ni dar con la huella de la marcha que aquel llevaba, se apiñaron y resguardaron en una revuelta escondida de la roca, y allí aguantaron llenos de disgusto y cuidado. Porque ofendidos y combatidos Arato y los suyos desde el alcázar, descendía hasta lo bajo aquel rumor de los que pelean, y resonaba la vocería, repetida por la repercusión de las montañas, sin que pudiera saberse dónde tenía su origen. Mientras así dudaban a qué parte deberían volverse, Arquelao, comandante de las tropas del rey, que tenía muchos soldados a sus órdenes, subió con gritería y trompetas a acometer a Arato, y pasó más allá de los trescientos. Saliendo éstos entonces como de una emboscada, cargan sobre él, dan muerte a los primeros que alcanzan, y amedrentando a los demás y al mismo Arquelao, los obligan a retirarse y los persiguen hasta que se dispersan y disipan por la ciudad. Cuando éstos acababan de ser vencidos, llegó Ergino de parte de los que arriba combatían, anunciando que Arato estaba en reñida lid con los enemigos, que se defendían con valor, siendo terrible la contienda junto a la muralla, y que necesitaba de pronto auxilio. Pidiéronle ellos que los guiara al punto, y a la llegada con la voz se hicieron conocer, alentando a los amigos mientras la luna hacía que las armas pareciesen a los enemigos más de los que eran, por lo largo de la marcha, así como lo estrepitoso de la noche hacía pensar que el rumor provenía de mucho mayor número de hombres. Finalmente, combatiendo todos juntos, rechazaron a los enemigos, se hicieron dueños del alcázar y tomaron la guarnición cuando empezaba a rayar el alba, viniendo luego el sol a ilustrar su obra. De Sicione acudieron las restantes fuerzas de Arato, recibiéndolas en la puerta los Corintios con la mejor voluntad y aprehendiendo entre unos y otros a los soldados del rey.