29

Teniendo de allí a poco noticia de que Aristipo insidiaba a Cleonas, y que le temía viéndole establecido en Corinto, juntó por un bando su ejército y pasó a Cencreas, llamando con este engaño a Aristipo para que en su ausencia cayese sobre Cleonas, como así sucedió, porque al punto movió de Argos con bastantes fuerzas. Arato, que ya desde Cencreas había vuelto de noche a Corinto y tenía tomadas con guardias las avenidas, condujo allá los Aqueos, los cuales le siguieron con tanto orden, prontitud y ardor, que no sólo mientras estuvieron en marcha, sino aun después de haber pasado Cleonas siendo todavía de noche, y de haberse formado para batalla, no tuvo de ello conocimiento ni sospecha Aristipo. Cuando al hacerse de día se abrieron las puertas y la trompeta hizo la señal, acometió con velocidad y gritería a los enemigos, y los puso al punto en fuga, persiguiéndoles por donde pensó que principalmente procuraría escapar Aristipo, por tener el terreno muchos senderos. Fueronlos, pues, siguiendo hasta Micenas, y el tirano fue alcanzado y muerto, según dice Dinias, por un cretense llamado Tragisco; de los demás, murieron sobre mil quinientos. Arato, en medio de tanta ventura y de no haber perdido ni un solo hombre, con todo no tomó a Argos ni le dio la libertad, habiéndose introducido con las tropas del rey Agias y Aristómaco el menor, y apoderándose del mando; mas a lo menos produjo esta acción el efecto de desacreditar los dichos, burlas y bufonadas de los que adulan a los tiranos y les hablan a su gusto, porque decían que al general de los Aqueos se le descomponía el vientre en las batallas, y le daban congojas y desmayos en el punto que se presentaba el trompetero, y que en habiendo ordenado la hueste y dado la seña, preguntaba a los jefes inmediatos y comandantes de los cuerpos si era necesaria para algo su presencia, porque ya estaban tirados los dados y se retiraba a aguardar apartado de allí el éxito. Anduvo esto tan válido, que era cuestión entre los filósofos en las escuelas si el palpitar el corazón y mudarse el color en los peligros provenía de miedo o de mala complexión del cuerpo y de cierta frialdad, citando siempre a Arato, que, con ser un gran general, experimentaba estos accidentes en los combates.

Share on Twitter Share on Facebook