Acabado que hubo con Aristipo, volvió su atención y sus asechanzas contra Lidíades Megalopolitano, que tenía tiranizada su misma patria. No era Lidíades, por naturaleza, ruin e insensible al honor ni, como los más de los que dominan solos, se había arrojado por destemplanza o codicia a esta maldad, sino que, llevado del amor de la gloria, todavía joven, y seducido con las vanas y mentidas alabanzas que se hacen de la tiranía como de cosa feliz y admirable, sin reflexionar hicieron estas especies presa en su ánimo ambicioso, y erigido en tirano, en breve contrajo la arrogancia y orgullo propios de la monarquía. Como con aquellas prendas emulase la dicha de Arato y temiese sus asechanzas, concibió la idea de la más loable de todas las mudanzas, que fue libertarse primero a sí mismo de ser aborrecido, de temores, de encierros y de guardias, y de constituirse después el bienhechor de su patria. Llamando, pues, a Arato, abdicó la autoridad e incorporó su ciudad en la liga de los Aqueos, lo que apreciaron éstos sobremanera y le nombraron general. Al punto le vino el deseo de superar en gloria a Arato, para lo que promovió muchas empresas no necesarias, y entre ellas la de denunciar la guerra a los Lacedemonios; y como Arato se le opusiese, parecía que era envidia, y más que fue nombrado segunda vez general Lidíades, trabajando en contra Arato, y procurando que se diera a otro el mando, porque, como hemos dicho, era general un año sin otro, y Lidíades mandó así hasta la tercera vez, elegido también alternativamente con Arato; pero cuando ya declaró su enemistad contra éste, acusándose muchas veces ante los Aqueos, no hicieron más caso de él, porque se vio que su competencia en virtud no tuvo un motivo sólido y puro, sino sólo aparente. Y así como dice Espoo que al cuclillo, cuando preguntó a las aves menores por qué huían de él, le respondieron éstas que porque había de venir a ser gavilán, del mismo modo parece que a Lidíades le acompañaba siempre una sospecha y desconfianza de la sinceridad de su conversión.