Fue también Arato muy aplaudido por su conducta en la guerra con los Etolios, cuando, intentando acometerles los Aqueos delante de Mégara y llegando a auxiliarles con su ejército el rey Agis, en el momento de dar la batalla se opuso a los deseos de éstos, y aguantando muchos improperios y muchas burlas e insultos acerca de su timidez y cobardía, no sacrificó lo que creyó conveniente a lo que podía parecer una afrenta, sino que permitió a los enemigos pasar impunemente por Geranea hasta entrar en el Peloponeso. Mas cuando, después de haber entrado, tomaron repentinamente a Pelena, ya no fue el mismo, ni tuvo paciencia para esperar que se reunieran y juntaran de los diferentes puntos todas las fuerzas, sino que sin dilación con las que tenía a mano acometió a los enemigos, debilitados con la misma victoria extraordinariamente por su desorden e indisciplina. Porque en el momento mismo de entrar, los soldados se esparcieron por las casas, de las que se expelían unos a otros y armaban pendencias sobre los despojos, y los caudillos y jefes de los cuerpos, corriendo las calles, robaban las mujeres y las hijas de los Pelenios, y quitándose los cascos se los ponían a éstas para que ninguno se las apropiara, sino que por el casco se viera quién se había hecho amo de cada una. Estando, pues, en esta disposición y siendo éste su porte, les llegó repentinamente la noticia del acontecimiento de Arato, y cayendo en ellos el sobresalto que era natural en semejante desorden, antes que todos supieran el peligro, los primeros, dando en los Aqueos, huyeron, vencidos ya de antemano, y ahuyentados en tropel llenaron de confusión a los que se iban reuniendo para venir en su socorro.