En este tumulto, una de las cautivas, hija de Epigetes, varón muy principal, y ella sobresaliente en la belleza y estatura de cuerpo, se hallaba casualmente en el templo de Ártemis, donde la había colocado el comandante de las tropas escogidas, que la había elegido para sí poniéndole su casco con los tres penachos. Corriendo, pues, velozmente al tumulto, luego se estuvo a la puerta del templo y se puso a mirar desde arriba a los que peleaban, teniendo en la cabeza los tres penachos, para sus mismos ciudadanos fue un espectáculo sobrehumano, y a los enemigos, pareciéndoles que tenían delante una visión divina, les causó terror y espanto, sin que pudiera ninguno valerse de las armas. Dicen los mismos Pelenios que a la imagen de la diosa por lo común la dejan inmóvil; pero, cuando, movida por la sacerdotisa, es llevada en procesión, nadie se atreve a mirarla, y antes todos apartan la vista, pues no sólo para los hombres es objeto de miedo y espanto, sino que hasta los árboles se hacen infructíferos y se marchitan los frutos en el término por donde pasa. Añaden que en esta ocasión la sacó la sacerdotisa, y volviéndola siempre de frente a los Etolios, se quedaron estúpidos y perdieron la razón; pero Arato nada de esto dice en sus Comentarios, sino solamente que derrotó a los Etolios, y cargando a los que huían hacia la ciudad, los arrojó de ella a viva fuerza, matándoles setecientos hombres. La hazaña fue una de las más celebradas, y el pintor Timantes hizo un cuadro en el que estaba esta batalla expresada muy al vivo.