35

Arato llevando siempre adelante su antiguo designio, y no pudiendo sufrir la tiranía de Argos, que le era tan vecina, envió quien persuadiera a Aristómaco a que, proponiéndolo en junta, procurase agregar aquella ciudad a los Aqueos y a que, imitando a Lidíades, quisiera más bien ser general de una nación de tanta fama que tirano de una sola ciudad, temeroso siempre y aborrecido. Conviniendo en ello Aristómaco, y pidiendo que Arato le remitiera cincuenta talentos para pagar y despachar las tropas que le servían, se le alargó efectivamente esta suma; pero Lidíades, que todavía era general y ambicionaba hacer suyo este servicio que se dispensaba a los Aqueos, calumnió a Arato ante Aristómaco de que siempre miraba con implacable odio a los tiranos, y alcanzando de éste que dejara por su cuenta la negociación, le atrajo a unirse con los Aqueos. Mas aquí dieron éstos a Arato la mayor prueba de su amor y de la confianza que en él tenían, porque habiendo él hablado en contra, despidieron a Aristómaco, y cuando después, conviniendo ya el mismo, comenzó a hablar del propio asunto, todo lo decretaron prontamente a su gusto, y admitieron a los Argivos y Fliasios a la comunión de un mismo gobierno, eligiendo general un año después a Aristómaco. Como éste tuviese el favor de los Aqueos y quisiese invadir la Laconia, llamó a Arato. Escribióle éste desaprobando la expedición, por no querer que los Aqueos contendieran con Cleómenes, que era hombre de extraordinario arrojo y había adquirido maravilloso poder; pero cuando aquel se empeñó en poner por obra su intento, estuvo a sus órdenes y militó a su lado. Por este propio tiempo, oponiéndose a que Aristómaco trabara combate con Cleómenes, que vino a ponérseles delante, fue acusado por Lidíades, y teniendo a éste por contrario y competidor para el generalato, venció en la elección, siendo nombrado general la duodécima vez.

Share on Twitter Share on Facebook