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Acudieron a verse con Arato en Sicione no muchos de los Aqueos, y celebrando junta le nombraron general con ilimitada autoridad. Compuso entonces su guardia de solos sus propios ciudadanos un hombre que por treinta y tres años había mandado a los Aqueos, que en poder y en gloria había tenido la primacía entre los Griegos y que en aquel punto abandonado, escaso de medios y quebrantado de fuerzas, como en el naufragio de la patria, era combatido de tantas olas y peligros. Porque los Etolios, habiendo él implorado su auxilio, se le habían negado, y a la ciudad de Atenas, que por amor de Arato se mostraba muy dispuesta, Euclides y Mición la retrajeron. Tenía Arato en Corinto bienes y casa; pero Cleómenes no tocó a nada, ni se lo permitió a otro ninguno; antes, haciendo llamar a sus amigos y administradores, les dio orden de que todo lo cuidaran y guardaran, bajo la inteligencia de que Arato era a quien habría de dar cuentas; y reservadamente mandó a tratar con éste a Trípilo y a su padrastro Megistónoo, ofreciéndole, además de otras cosas, doce talentos de pensión anual, excediendo en otra mitad a Tolomeo, porque éste le enviaba seis talentos cada año. Su solicitud era que se le nombrase general de los Aqueos y custodiar en unión con ellos el Acrocorinto; pero respondiéndole Arato que él no dominaba la liga, sino que era de ella dominado, y pareciéndole, que esto tenía aire de burla, invadió al punto el territorio de Sicione, talándolo y arrasándolo, y por tres meses estuvo sobre la ciudad, aguantándolo Arato, y estando perplejo sobre si accedería a la proposición de Antígono de entregarle el Acrocorinto, pues de otro modo no se prestaba a darle auxilio.

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