Cuando ya Antígono se acercaba con su ejército, que era de veinte mil infantes macedonios y de mil cuatrocientos caballos, fue Arato con los principales por la parte de mar a recibirle a Pegas, sin que lo entendiesen los enemigos, no teniendo, sin embargo, gran confianza en Antígono ni en los Macedonios, porque traía a la memoria que sus aumentos le habían venido de los males que a éstos había hecho y que sus primeros pasos en el gobierno habían tenido por principal base la enemistad contra Antígono el Mayor. Mas estrechado por la inevitable necesidad y por el tiempo, al que sirven aun los que parece cine mandan, cerró los ojos y se entregó al peligro. Antígono, luego que se le informó de la llegada de Arato, a los demás los saludó con un mediano y común agasajo; pero a éste desde el primer recibimiento le honró extraordinariamente, habiéndole experimentado en todo hombre de probidad y juicio, contrajo con él la mayor intimidad, porque realmente era Arato no sólo útil para los mas arduos negocios, sino grato al rey en los momentos de ocio como el que más. Por tanto, aunque Antígono era joven, luego que echó de ver el carácter de Arato, en el que nada había de áspero para la amistad con un rey, para todo se valía de él, no sólo con preferencia a cualquiera de los Aqueos, sino aun de los Macedonios que tenía cerca de sí. Sobrevino también acerca de esto un prodigio, pareciendo que el Dios lo manifestaba en las víctimas; se dice, en efecto, que sacrificando Arato poco tiempo antes, se vieron en un hígado dos hieles envueltas bajo una sola tela, y que el adivino le anunció que en breve se uniría en estrecha amistad con sus mayores contrarios y enemigos. Por entonces no dio valor al anuncio, ni en general prestaba mucho crédito a víctimas y adivinaciones, ateniéndose a su razón; pero más adelante, yendo prósperamente la guerra, tuvo un banquete Antígono en Corinto, a que concurrieron muchos convidados, y colocó a Arato en asiento superior al suyo. Pidió de allí a poco una ropa con qué cubrirse, y preguntando a Arato si le parecía que hacía frío, como respondiese que en verdad estaba helado, le dijo que se acercase más, y habiendo traído los sirvientes un paño, arroparon con él a los dos. Entonces, viniéndosele a Arato a la memoria lo sucedido con la víctima, no pudo menos de echarse a reír, y refirió al rey el portento y su explicación. Pero esto ocurrió algún tiempo después.