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Luego que en Pegas se afirmaron los convenios con recíprocos juramentos, marcharon al punto contra los enemigos, y eran frecuentes los combates en los términos de Corinto, estando bien fortificado Cleómenes y defendiéndose valerosamente los Corintios. En esto Aristóteles de Argos, que era amigo de Arato, vino secretamente con mensaje para éste, proponiéndole que haría se le pasase aquella ciudad si quería marchar allá con tropas. Dio parte de ello a Antígono, y encaminándose por mar prontamente a Epidauro desde el istmo con mil quinientos hombres, los Argivos, que ya antes se habían puesto en rebelión, dieron sobre las tropas de Cleómenes y las encerraron en la ciudadela. Cuando Cleómenes lo supo, temió no fuera que, ocupando los enemigos a Argos, le cortaran el paso a Esparta, y abandonando el Acrocorinto, en la misma noche marchó en auxilio de aquellas. Anticipóse de este modo a entrar en Argos, y allí consiguió rechazar a los enemigos; pero acudiendo poco después Arato, y dejándose ver el rey con el grueso del ejército, se retiró a Mantinea. De resultas volvieron todas las ciudades a unirse a los Aqueos. Antígono ocupó el Acrocorinto, y nombrado Arato general de los Argivos, les persuadió que hicieran donación a Antígono de los bienes de los tiranos y de los traidores. En Cencreas, en tanto, atormentaron y ahogaron a Aristómaco, por lo que padeció mucho la opinión de Arato, diciéndose que con ser este un hombre de no malas partidas, de quien él mismo se había valido, y a quien había persuadido desistiese de la autoridad y que incorporase su ciudad con los Aqueos, a pesar de todo esto había mirado con indiferencia que se le quitara la vida injustamente.

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