Culpábasele ya de muchas cosas que sucedían, como de que hubieran hecho donación a Antígono de Corinto, como si fuera una miserable aldea; de que después de haber saqueado a Orcómeno, le permitieron poner en ella guarnición macedoniana; de haber decretado que no escribirían ni enviarían embajada a ningún otro rey si Antígono no quería, y de tener que sustentar y pagar sueldo a los Macedonios. Dispusiéronse sacrificios libaciones y juegos en honor de Antígono, habiendo sido los primeros los ciudadanos de Arato, que le recibieron en la ciudad, dándole este hospedaje; así todo se lo atribuían, no haciéndose cargo de que, habiendo puesto en manos de aquel las riendas, siendo arrastrado por el ímpetu de la autoridad real, Arato no era ya dueño sino de sola su voz, que aun corría peligro en la franqueza, y no podía dudarse que había cosas que le mortificaban, como fue lo de las estatuas. Porque Antígono en Argos levantó la de los tiranos, que habían sido echadas por tierra, y derribó por otra parte las de los que tomaron el Acrocorinto, a excepción de sola la suya; y por más que en cuanto a éstas le hizo ruegos, nada pudo alcanzar. Parece también que no pudo ser cosa griega lo que los Aqueos ejecutaron con Mantinea, porque apoderándose de ella con las fuerzas de Antígono, a los más distinguidos y principales ciudadanos les quitaron la vida; de los más, a unos los vendieron, y a otros los enviaron aprisionados con grillos a Macedonia, y a los niños y mujeres los esclavizaron. Del dinero que se recogió le dieron la tercera parte, y las dos restantes las distribuyeron a los Macedonios. Mas esto pudo en algún modo excusarse por la ley de la venganza; pues aunque siempre es terrible maltratar así por encono a sus compatriotas y deudos, en la necesidad se hace dulce y no duro, según Simónidas, dando como cierto alivio y desahogo al ánimo doliente e inflamado; pero lo que después se ejecutó no hay como Arato lo atribuya a ningún motivo, ni honesto ni de precisión; porque recibiendo de Antígono los Argivos en donativo la ciudad, y determinando enviar a ella una colonia, elegido aquel para fundador de ella, y siendo general, decretó que en adelante no se llamara Mantinea, sino Antigonea, que es como se llama hasta el día de hoy, pareciendo que por él la “amable Mantinea” fue borrada del todo, y que en su lugar permanece una ciudad que lleva el nombre de los que la destruyeron y dieron muerte a sus ciudadanos.