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Porque haber sido mezclado de vergüenza y miedo el afecto hacia Arato, en que desde el principio fue criado, lo manifestó bien en la conducta que contra él tuvo; pues como desease quitarle del medio, por pensar que mientras viviese no podría ser libre, no ya como tirano, pero ni como rey, aunque nada intentó a fuerza abierta, a Taurión, uno de sus generales y amigos, le dio el encargo de que lo ejecutase de un modo oculto, y más particularmente por medio de un veneno, cuando él estuviera ausente. Hízose, pues, amigo de Arato, y le dio un veneno, no pronto y violento, sino de aquellos que causan al principio en el cuerpo un calor lento con tos, y de este modo llevan poco a poco a la muerte. No se le ocultó estoa Arato, sino que, como nada aprovechaba el quejarse, soportó su mal en silencio y tranquilamente, como si fuera una de las enfermedades comunes y frecuentes. Sólo en una ocasión, habiéndole visitado un amigo, como en su presencia arrojase un esputo sanguinolento y aquel mostrase maravillarse de ello: “Éstos ¡oh Cefalón! –le dijo-, son los premios de la amistad con reyes”.

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