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La relación de Ctesias, procurando abreviar y compendiar mucho en pocas palabras, es como sigue: Ciro, luego que dio muerte a Artagerses, dirigió su caballo contra el rey, y éste el suyo contra él, ambos sin hablar palabra. Anticipóse Arieo, amigo de Ciro, a tirar contra el rey, pero no le hirió. El rey, haciendo entonces tiro con su lanza, no acertó a Ciro, pero alcanzó y dio muerte a Satifernes, hombre de valor y leal a Ciro. Tirando éste contra aquel, le pasó la coraza y le hirió en el pecho, hasta penetrar la saeta dos dedos, haciéndole el golpe caer del caballo. Desordenáronse con esto y huyeron los que tenía alrededor de sí, y levantándose con muy pocos, de los cuales era uno Ctesias, tomó una altura inmediata, donde respiró. A Ciro, mientras acosaba a los enemigos, enardecido su caballo, lo llevó a gran distancia, venida ya la noche, desconocido de los enemigos y buscado de los suyos. Engreído con la victoria y lleno de ardor y osadía, corrió gritando: “¡Rendios, miserables!” Repetíalo en lengua persa muchas veces, y algunos se retiraban adorándole: mas cáesele en esto la tiara de la cabeza, y volviendo contra él un mancebo persa, llamado Mitridates, le hiere con un dardo en una sien, junto al ojo, sin saber quién fuese. Como le corriese mucha sangre de la herida, cayó Ciro desmayado y soporoso, y el caballo, dando a huir, corría desbocado, cuyos jaeces, caídos al suelo, recogió el escudero del que hirió a Ciro, bañados todos en sangre. A éste, que con la herida apenas podía dar paso, procuraban unos cuantos eunucos que allí se hallaban subirle en otro caballo y salvarle; más no estando para ello, y yendo con gran dificultad por su paso, le cogieron por los brazos y así le llevaban muy pesado ya del cuerpo y cayéndoseles, pero creído de que era vencedor, por oír a los que huían que aclamaban por rey a Ciro y le rogaban los mirase con indulgencia. En esto unos Caunios, hombres de mala vida, miserables y que por muy poco jornal iban de trabantes en el ejército del rey, se encontraron mezclados como amigos entre las gentes de Ciro, y no bien hubieron visto las sobrevestas purpúreas, siendo blancas las que usaban todos los del servicio del rey, conocieron que eran enemigos. Atrevióse, pues, uno de ellos a herir con un dardo a Ciro por la espalda sin conocerle, y rota la vena de la corva, cayó Ciro, dando al mismo tiempo con la sien herida sobre una piedra, y falleció. Ésta es la narración de Ctesias, con la que, como con una mala navaja, le va matando poco a poco.

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