12

Cuando ya había muerto, acertó a pasar a caballo Artasiras, ojo del rey, y conociendo a los eunucos que se lamentaban, preguntó al que tenía entre ellos de más confianza: “Dime, Pariscas, “¿a quién lloras aquí sentado?”, a lo que respondió: “¿No ves, ¡oh Artasiras! a Ciro muerto?” Maravillado Artasiras, procuró consolar al eunuco, encargándole la custodia del muerto, y él corrió a Artojerjes, que ya lo daba todo por perdido, y que se hallaba mal parado de sed y de sus heridas, y le dice con regocijo que ha visto muerto a Ciro. Su primer movimiento fue querer ir a verlo por sí, diciendo a Artasiras que lo llevase al sitio; pero como llegasen continuas noticias y fuese grande el miedo con motivo de que los Griegos seguían el alcance, y todo lo vencían y avasallaban, se tuvo por más conveniente enviar exploradores en mayor número, y se enviaron treinta con hachones. Estaba el rey a punto de morir de sed, y el eunuco Satibanes corría por todas partes buscando qué bebiese, porque el terreno aquel carecía de agua y no estaba cerca el campamento; mas al fin, a costa de mucha diligencia, dio de aquellos Caunios miserables con uno que en un odre ruin tenía de agua podrida y de mala calidad hasta unas ocho cótilas. Tomóle, pues, y lo trajo al rey; y habiéndose bebido éste toda el agua, le preguntó si no le había sabido mal semejante bebida, y él juró por los dioses que en su vida había bebido ni vino más dulce, ni agua más delicada y limpia; tanto, que le añadió: “Al hombre que te la ha dado, si buscándolo no puedo yo darle la debida recompensa, pediré a los dioses que le hagan feliz y rico”.

Share on Twitter Share on Facebook