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Llegaron en este punto los treinta regocijados y alegres, anunciándole su inesperada ventura, y empezando además a cobrar ánimo con el gran número de los que volvían a pasarse a él, bajó del collado rodeado de antorchas. Cuando estuvo junto al cadáver, luego que, según una ley de los Persas, se le cortó la mano derecha y la cabeza, separándolas del cuerpo, mandó que le trajesen la cabeza; y cogiéndola por los cabellos, que eran espesos y ensortijados, la mostró a los que todavía dudaban y huían. Admirábanse éstos y lo adoraban, de manera que en breve reunió unos setenta mil hombres, que regresaron otra vez a los reales, siendo los que había llevado a la batalla, según dice Ctesias, sobre cuatrocientos mil; pero Dinón y Jenofonte refieren haber sido muchos más los que entraron en acción. De muertos dice Ctesias que Artojerjes le refirió haber sido nueve mil, y que a él le parece que en todo no bajaron los que perecieron de veinte mil. En esto puede haber duda; pero lo que es una insigne impostura de Ctesias es decir que él mismo fue enviado a los Griegos con Falino de Zacinto y algunos otros, porque Jenofonte sabía que Ctesias moraba en la corte del rey, puesto que hace mención de él, y es claro que tuvo en las manos sus libros; y si hubiera ido y sido intérprete de las conferencias, no habría dejado de nombrarle cuando nombra a Falino de Zacinto; y es que, siendo Ctesias sumamente ambicioso y no menos apasionado de los lacedemonios y de Clearco, siempre deja para sí mismo algunos huecos en la narración, y cuando se ve en ella dice muchas y grandes proezas de Clearco y de Lacedemonia.

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