Parisatis, que desde el principio había mirado con aversión y celos a Estatira, viendo que su poder no nacía sino del respeto y honor en que la tenía el rey, y que el de ésta tomaba sus quilates y su fuerza del amor y de la confianza, se resolvió a armarle asechanzas, aventurándose, como ella misma lo creía, a todo. Tenía una esclava muy fiel y que gozaba de todo su favor, llamada Gigis, de la cual dice Dinón haber sido quien dispuso el veneno, y Ctesias, que sólo fue sabedora involuntariamente. Al que dio el veneno, éste le llama Belitara, y Dinón, Melanta. A Pesar de sus antiguas sospechas y disensiones, habían empezado otra vez a visitarse y a cenar juntas, comiendo, aunque con recelo y precaución, de los mismos platos preparados por las mismas personas. Hay en Persia una ave pequeña que no hace ninguna secreción, sino que en lo interior toda es gordura, por lo que se cree que se mantiene del viento y del rocío, y su nombre es Rintaces. Dice, pues, Ctesias que Parisatis trinchó una de estas aves con un cuchillo untado por un lado con el veneno, con lo que quedó emponzoñada una parte del ave, y que comió ella la parte intacta y pura, alargando a Estatira la que estaba inficionada. Dinón dice que no fue Parisatis, sino Melanta quien trinchó el ave, poniendo la carne envenenada al lado de Estatira. Como ésta hubiese muerto con grandes dolores y convulsiones, ella misma conoció la maldad, y el rey no pudo menos que concebir sospechas contra la madre, mayormente sabiendo su índole feroz e implacable. Por tanto, aplicándose al punto a hacer indagaciones, prendió y atormentó a los sirvientes y superintendentes de la mesa de la madre; por lo que hace a Gigis, Parisatis la tuvo mucho tiempo consigo en su habitación, sin querer entregarla al rey, que la reclamó; pero como más adelante hubiese pedido que la dejara ir una noche a su casa el rey lo llegó a entender, puso quien la acechase y prendiese, y la condenó a muerte. La pena que en Persia se da, según la ley, a los envenenadores es la siguiente; tienen una piedra ancha sobre la que ponen la cabeza del criminal, y con otra piedra se la machacan y muelen hasta quedar deshechas la cara y la cabeza; y ésta fue la muerte que tuvo Gigis. A Parisatis no le dijo o hizo Artojerjes otro mal que enviarla con su voluntad a Babilonia, diciendo que mientras ésta estuviese allí, no vería aquella ciudad. Tales fueron y así pasaron las cosas domésticas.