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Quería el rey y hacía esfuerzos por apoderarse de todos los Griegos que habían subido a la Persia como había vencido a Ciro y había conservado el reino; pero no habiéndolo conseguido, y antes habiéndose ellos salvado por sí mismos, puede decirse que desde la corte, no obstante haber perdido a Ciro y todos sus caudillos, lo que éstos hicieron fue descubrir y revelar lo que era el imperio de la Persia y las fuerzas del rey, reducido todo a mucho oro, lujo y mujeres, y en lo demás, orgullo y vanidad; con lo que toda la Grecia se tranquilizó y despreció a los bárbaros, y aun a los Lacedemonios les pareció cosa intolerable no sacar de su servidumbre a los griegos habitantes del Asia, y no poner término a sus insolencias. Haciéndoles, pues, la guerra, primero bajo el mando de Timbrón y después de Dercílidas, sin hacer nada digno de mentarse, la encargaron al rey Agesilao. Pasó éste con sus naves al Asia, y desplegando al punto singular actividad, alcanzó un ilustre nombre, venció de poder a poder a Tisafernes y sublevó las ciudades. En vista de esto, meditando Artojerjes sobre el modo de hacer la guerra, envió a la Grecia a Hermócrates de Rodas con cantidad de oro y orden de regalar y corromper a los demagogos de más influjo en las ciudades, a fin de llevar la guerra griega sobre Lacedemonia. Hízolo así Hermócrates, logrando que se rebelaran las ciudades más principales; y habiéndose puesto también en movimiento el Peloponeso, los magistrados llamaron del Asia a Agesilao. Así se refiere que, al retirarse de aquella región, dijo a sus amigos que había sido expelido del Asia por el rey con treinta mil arqueros, porque el sello de la moneda persa es un arquero o sagitario.

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