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Echó también del mar a los Lacedemonios, valiéndose para caudillo de Conón el Ateniense con Farnabazo; porque Conón, después del combate naval de Egospótamos, se estacionó en Chipre, no para consultar a su seguridad, sino esperando, como en el mar cambio de viento, así mudanza en los negocios. Viendo, pues, que sus ideas necesitaban de poder y que el poder del rey necesitaba de un hombre capaz, envió una carta a éste sobre lo que meditaba, previniendo al portador que la entregara por medio de Zenón de Creta o de Polícrito, médico de Mendeo, y si éstos no se hallasen presentes, por medio de Ctesias, también médico. Refiérese que Ctesias fue el que recibió la carta, y a lo que Conón escribía, añadió que le enviara a Ctesias, porque le sería útil para las empresas de mar; pero Ctesias dice que el rey, de movimiento propio, le confió este encargo. Mas como después de la victoria naval que alcanzó en Gnido, por medio de Farnabazo y de Conón, hubiese despojado a los Lacedemonios del imperio del mar, puso de su parte a la Grecia hasta el punto de dictar a los Griegos aquella tan nombrada paz que se llamó la paz de Antálcidas. El espartano Antálcidas era hijo de León, y trabajando en favor del rey, negoció que todas las ciudades griegas del Asia y las islas con ella confinantes le serían tributarias, debiendo permitirlo así los Lacedemonios, en virtud de la paz ajustada con los Griegos, si es que puede llamarse paz una mengua y traición que trajo a la Grecia a un estado más ignominioso que el que tuvo jamás por término guerra ninguna.

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