En una cosa dio gusto Artojerjes a los Griegos por tantas con que los había mortificado, y fue en dar muerte a Tisafernes, que les era el más enemigo y contrario, y se la dio por sospechas que contra él le hizo concebir Parisatis, pues no le duró mucho al rey el enojo sino que luego se reconcilió con su madre y la envió a llamar, haciéndose cargo de que tenía talento y un ánimo digno del trono, y de que ya no mediaba causa ninguna por la que hubieran de recelar disgustarse viviendo juntos. Desde entonces, conduciéndose en todo a gusto del rey, y no mostrándose displicente Por nada que hiciese, adquirió con él el mayor poder, alcanzando cuanto quería; esto mismo la puso en estado de observar que el rey estaba apasionadamente enamorado de Atosa una de sus hijas, aunque por respeto a la madre, ocultaba y reprimía esta pasión, como dicen algunos, no obstante que tenía ya trato secreto con aquella joven. No bien lo hubo rastreado Parisatis, cuando empezó a hacerle mayores demostraciones que antes, y a Artojerjes le ponderaba su belleza y sus costumbres como Propiamente regias y dignas del más, alto lugar. Persuadióle por fin que se casase con aquella doncella y la declarase su legítima mujer, no haciendo caso de las opiniones y leyes de los Griegos, pues para los Persas él había sido puesto por Dios como ley y norma de lo torpe y de lo honesto. Todavía añaden algunos, de cuyo número es Heraclides de Cumas, que Artojerjes, se casó también con su otra hija Amestris, de la que hablaremos más adelante. A Atosa la amó el padre con tal extremo después del matrimonio que, habiéndosele plagado el cuerpo de herpes, no se apartó de su amor Por esta causa ni lo más mínimo, y sólo hizo plegarias por ella a Hera; la adoró sola entre los dioses, llegando a tocar con las manos la tierra, e hizo que los sátrapas y sus amigos le enviaran tantas ofrendas, que el espacio que media entre el templo y el palacio, que es de dieciséis estadios, estaba lleno de oro, plata, púrpura y pedrería.