Habiendo movido guerra a los egipcios por medio de Farnabazo e Ifícrates, le salió desgraciadamente a causa de haberse éstos indispuesto entre sí. A los Cadusios la hizo por sí mismo con trescientos mil infantes y diez mil caballos: pero habiendo invadido un país áspero y nebuloso, falto de los frutos que provienen de la siembra, y que sólo da para el sustento peras, manzanas y otras frutas silvestres a unos hombres belicosos e iracundos, no advirtió que iba a verse rodeado de las mayores privaciones y peligros, porque no encontraban nada que comer, ni había modo de introducirlo de otra parte. Manteníanse solamente con las acémilas, de manera que una cabeza de asno apenas se encontraba por sesenta dracmas. La cena regia desapareció, y eran muy pocos los caballos que quedaban, habiéndose consumido los demás. En esta situación, Teribazo, que por su valor muchas veces ocupaba el primer lugar, otras muchas era retirado por su vanidad, y entonces se hallaba en desgracia y puesto en olvido, fue el que salvó al rey y al ejército. Porque siendo dos los reyes de los Cadusios y estando acampados aparte, se presentó a Artojerjes, y dándole parte de lo que pensaba ejecutar, se fue él en persona a ver a uno de los Cadusios, y al otro envió a su hijo. Cada uno engañó al suyo, diciéndolo que el otro iba a enviar embajadores a Artojerjes para negociar con él paz y alianza; por tanto, que, si tenía juicio, le convenía llegar él el primero, para lo que le auxiliaría en todo. Diéronles crédito ambos, y procurando cada cual anticiparse, el uno envió embajadores a Teribazo, y el otro a su hijo. Como hubiese habido alguna detención, ya se levantaban sospechas y acusaciones contra Teribazo, y el mismo rey empezaba a mirarle mal, arrepintiéndose de haberse fiado de él y dejando campo abierto a sus enemigos para calumniarle. Mas cuando se presentaron de una parte Teribazo y de otra su hijo, con los Cadusios, y extendiéndose los tratados se asentó la paz con ambos reyes, entonces alcanzó Teribazo los mayores honores, e hizo la retirada al lado del rey, el cual demostró en esta ocasión a todos que la pusilanimidad y delicadeza no nacen del lujo y del regalo, como cree el vulgo, sino de un natural viciado y pervertido que se deja arrastrar de erradas opiniones. Porque ni el oro, ni la púrpura, ni todo el aparato y magnífico equipaje de doce mil talentos que seguía siempre a la persona del rey, le preservó de sufrir trabajos e incomodidades como otro cualquiera, sino que, con su aljaba colgada y llevando él mismo su escuda, marchaba el primero por caminos montuosos y ásperos, dejando el caballo, con lo que daba ligereza y aliviaba la fatiga a los demás, viendo su buen ánimo y su aguante; porque cada día hacía una marcha de doscientos o más estadios.