Habiendo llegado a un palacio real, que en un país escueto y desnudo de árboles tenía jardines maravillosos y magníficamente adornados, como hiciese frío, permitió a los soldados que cortaran leña en el jardín, echando al suelo árboles, sin perdonar ni al alerce ni al ciprés. No se atrevían por su grandor y belleza, y entonces, tomando él mismo la segur, cortó el más alto y más hermoso de aquellos árboles. Con esto ya los soldados hicieron leña, y encendiendo muchas lumbradas, pasaron bien la noche. Con todo, la vuelta fue perdiendo muchos hombres, y puede decirse que todos los caballos. Pareciéndole que por aquel revés y por haberse desgraciado la expedición se le tenía en menos, como concibió sospechas contra las personas más principales, y si a muchos quitó la vida por enojo, a muchos más por miedo; porque el temor es muy mortífero en el despotismo, así como no hay nada tan benigno, suave y confiado como el valor. Por tanto, aun en las fieras, las intratables e indómitas son las medrosas y tímidas: pero las nobles y generosas, siendo más confiadas por su mismo valor, no se hurtan a los halagos.