Siendo ya en gran número los que iban abandonando a Nerón, todos se inclinaban, por lo regular a Galba; solamente Clodio Mácer en África, y Verginio Rufo, que en la Galia estaba al frente del ejército germánico, obraban por sí mismos separadamente, aunque no con la misma idea: porque Clodio, dado a rapiñas y muertes, por su crueldad y su avaricia se veía que ni se determinaba a tomar ni a dejar el Imperio, y Verginio, que mandaba las legiones más fuertes y poderosas, por las que muchas veces había sido saludado emperador, y estrechado a serlo, decía que ni tomaría el Imperio ni permitiría que se diese a otro, fuera de aquel a quien el Senado eligiese. Turbó desde luego este incidente los planes de Galba; mas después que las legiones de Verginio y Víndex forzaron a éstos, como a conductores de carros que no pueden refrenar los caballos, a un gran combate y que Víndex, después de muertos veinte mil Galos, se quitó a sí mismo la vida; como corriese la voz de que, alcanzada tan señalada victoria, la voluntad general era que Verginio tomara el Imperio o volvieran a reconocer a Nerón, entonces del todo llegó a intimidarse Galba, y escribió a Verginio, exhortándole a obrar de acuerdo y conservar al pueblo romano el imperio y la libertad, y con todo, retirándose otra vez con sus amigos a Clunia, ciudad de España, más pasó el tiempo en arrepentirse de lo hecho y en desear su genial y amado reposo que en ejecutar nada de lo que el tiempo pedía.