Sucedíale todo bien a Galba después de la muerte de Nerón, y sólo le daba algún cuidado Verginio Rufo, todavía dudoso, no fuera que juntando a un tiempo hallarse al frente de numerosas tropas de las más belicosas, haber vencido a Víndex y haber sujetado una parte muy principal de la dominación romana, que era toda la Galia, agitada todavía con las olas de la sedición, le hiciera todo esto dar oídos a los que le provocaban a apoderarse del mando; porque ninguno tenía tanto nombre ni había adquirido una gloria igual a la Verginio, que con gran presteza había librado al Imperio romano de dos plagas a un tiempo, de una tiranía insoportable y de las guerras de las Galias. Él, sin embargo, atenido siempre a la opinión manifestada desde un principio, dejó al Senado la elección de emperador, a pesar de que, publicada la muerte de Nerón, la muchedumbre volvió a importunarle, y uno de los tribunos, en su mismo pabellón, sacando la espada, le intimó que admitiera el Imperio o el hierro. Mas después que Fabio Valente, comandante de una legión, juró el primero por Galba, y llegaron cartas de Roma expresando lo acordado por el Senado, aunque con dificultad y trabajo, persuadió a los soldados a proclamar a Galba emperador; y habiéndole nombrado por sucesor a Flaco Hordeonio, lo reconoció y le entregó el mando, y saliendo a recibir a Galba, que pasaba a corta distancia, regresó con él sin participar conocidamente ni de honor ni de ira. De lo segundo fue causa el mismo Galba, porque le miraba con respeto, y de lo primero sus amigos, y más especialmente Tito Vinio, el cual, creyendo por envidia mortificar a Verginio, sin pensarlo, ayudó al buen Genio de éste; que de las guerras y males que alcanzaron en aquella época a los demás generales lo sacó a una vida tranquila y una vejez llena de paz y de reposo.