Porque Ninfidio, luego que volvió Geliano, el que en cierta manera había enviado de explorador de Galba, al oír que había sido designado prefecto del pretorio Cornelio Lacón y que todo el poder y el influjo eran de Vinio, no habiéndosele a él permitido ni arrimarse a Galba, ni hablarle a solas, porque le espiaban y observaban continuamente, entró en gran cuidado, y reuniendo a todos los jefes de las cohortes, les dijo que Galba por si era un anciano de rectitud y bondad, pero que no se gobernaba por su propio juicio, sino que, haciéndose todo a gusto de Vinio y de Lacón, los negocios iban mal; por tanto, que, para no dar lugar a que éstos adquiriesen en ellos el gran valimiento que tuvo Tigelino, convenía enviar mensajeros al emperador de parte del ejército, para que le advirtiesen que, apartando de su lado a solos aquellos dos, sería de todos recibido con más gusto y con mayores aplausos. Mas como no fue esto bien admitido, y antes pareciese cosa extraña y repugnante que a un emperador anciano se le previniese como a un mozuelo que empezaba a gustar del poder, de cuáles amigos había de valerse y de cuáles no, tomando otro camino, escribió a Galba asustándole, ya con que en Roma había mucho mal y mucho de qué recelar, y ya con que Clodio Mácer en África detenía los granos; y otras veces con que había inquietudes en las legiones germánicas, y otro tanto se decía de los ejércitos de la Siria y la Judea. Viendo que Galba tampoco daba a esto grande atención, ni lo creía, determinó ya adelantarse y emplear las manos, a lo que Clodio Celso Antioqueno, varón prudente y su amigo fiel, se le opuso, diciendo que no creía que hubiera de Roma ni siquiera una casa que proclamara César a Ninfidio; pero, por el contrario, muchos se vieron de este parecer, y Mitridates Póntico, haciendo una maligna alusión a la calvicie y las arrugas de Galba: “Ahora- dijo- le tienen los Romanos en algo; pero luego que le vean, les parecerá que es la mengua de estos días en que se llama César”.