XIV

Resolvióse, pues, que, constituyendo a la media noche a Ninfidio ante banderas, le aclamarían emperador; pero el primero de los tribunos, Antonio Honorato, congregando a los soldados, que estaban a sus órdenes, empezó a reprender la conducta de Ninfidio y la de ellos mismos, que en breve tiempo habían causado tantas mudanzas, sin idea ninguna ni elección para mejorar, sino conduciéndolos algún mal Genio de una traición en otra. “Para lo primero- les decía- había alguna disculpa en los crímenes de Nerón; pero ahora, para hacer traición a Galba, ¿qué muerte de su madre le achacaréis, o qué asesinato de su mujer, o de qué escena o tragedia del emperador os mostraréis avergonzados? Y ni siquiera aguardamos a desampararle después de esto, sino que nos hizo creer Ninfidio que primero nos había él desamparado y había huido al Egipto. ¿Qué será, pues, lo que haremos? ¿Sacrificaremos a Galba a los manos de Nerón, y, eligiendo por César al hijo de Ninfidia, quitaremos de en medio al de Livia, como ya dimos muerte al de Agripina? ¿O imponiendo a éste el condigno castigo por sus maldades, nos acreditaremos de vengadores de Nerón y de guardias fieles y celosos de Galba?” Dicho esto por el tribuno, asintieron todos sus soldados y exhortaban a los demás que les venían a mano a permanecer fieles al emperador, a lo que atrajeron a los más. Levantóse en esto grande gritería, y era que Ninfidio, o creyendo, como dicen algunos, que los soldados le llamaban ya, o queriendo precipitar la empresa para disipar tumultos y desvanecer dudas, venía con muchas luces, trayendo en un cuaderno un discurso escrito por Cingonio Varrón, el que se proponía pronunciar a los soldados. Mas viendo cerradas las puertas del principal y a muchos armados en su recinto concibió temor, y acercándose a ellos les preguntó qué querían y con orden de quién habían tomado las armas. Salióle al encuentro una sola voz de todos, que reconocían a Galba por emperador; entonces él, acercándose más, aclamó también, mandando hacer otro tanto a los que traía consigo. Permitiéndole a esta sazón los de la puerta entrar con unos cuantos, le tiraron con una lanza, cuyo golpe paró delante de él Septimio con su escudo; pero sobreviniendo muchos con las espadas desnudas, dio a huir, y alcanzándole le dieron muerte en el dormitorio de un soldado. Sacáronle luego al medio, y poniéndole entre canceles, le presentaron al día siguiente en espectáculo a los que quisieron verle.

Share on Twitter Share on Facebook