Muerto Ninfidio de esta manera, como Galba, luego que lo supo, diese orden de que quitaran la vida a cuantos, habiendo sido de los conjurados, no se hubiesen anticipado a quitársela a si mismos, de cuyo número eran Cingonio, el que escribió el discurso, y Mitridates Póntico, pareció que no se había procedido legítimamente, por más que fuese con justicia, en hacer morir sin juicio precedente a ciudadanos no de ínfima clase. Porque todos esperaban otro orden de gobierno, engañados con los anuncios que suelen hacerse en los principios, fue mayor todavía el descontento con haberse dado orden de que muriera Petronio Turpiliano, varón consular, que se había mantenido fiel a Nerón; porque para haber ejecutado otro tanto con Macrón en África por medio de Treboniano, y en Germania con Fronteyo por medio de Valente, había la excusa de que se hallaban con las armas en la mano y en los ejércitos; pero nada podía oponerse a que se dejara hablar en su defensa a Turpiliano, viejo y desarmado, si se pensaba en hacer ver por las obras la moderación de que tanto se hablaba; tales eran las quejas que había ya con este motivo. Sucedió después que, siguiendo en su viaje, cuando estuvo a unos veinticinco estadios de Roma, se encontró con un alboroto y desorden extraordinario causado por los clasiarios que por todas partes tenían ocupado y obstruido el camino. Éstos eran los que habían sido escogidos por Nerón para formar una legión y declarados del ejército: y queriendo hacer que por fuerza se les confirmara esta gracia, no daban lugar a que el emperador fuera visto de los que acudían, ni a que se oyeran las aclamaciones, sino que movían una grande gritería, pidiendo enseñas y sitio para su legión. Remitiendo el emperador el negocio a otro tiempo, y mandando que le hablasen otra vez, tuvieron la dilación por repulsa, y se mostraron indignados, insistiendo en su demanda y continuando en sus gritos y alborotos; y como algunos desenvainasen las espadas, dio Galba orden de que les acometiese la caballería, cuyo choque no sostuvo ninguno de ellos, sino que unos fueron muertos en el momento de dar a huir, y otros en la fuga; lo que no fue de fausto y feliz agüero para Galba, que hizo su entrada en medio de tanta carnicería y por entre tantos cadáveres, sino que si antes algunos le miraban con poco aprecio por su debilidad y su vejez, entonces apareció formidable y terrible a todos.