XXII

Cogióle todavía entre consultas y dudas el rompimiento de Germania, porque, en general, la soldadesca aborrecía a Galba por no darles el donativo; pretextaban aquellos, como motivos particulares, el que se tuviese ignominiosamente arrinconado a Verginio Rufo, que se hubiesen hecho gracias a los Galos que contra ellos pelearon y que hubiesen sido castigados cuantos no se unieron a Víndex, que era el único a quien Galba se mostraba agradecido y a quien honraba después de muerto haciendo libaciones públicas en su memoria, dando a entender que a él le debía haber sido proclamado emperador de los Romanos. Siendo éstas las conversaciones que, sin ninguna reserva, se tenían en el campamento, vino el día primero del primer mes, al que los Romanos llaman las calendas de enero, y, congregándolos Flaco para el juramento que es costumbre hacer al emperador, al paso echaron al suelo las imágenes de Galba y las pisaron, y, jurando por el Senado y pueblo romano, se disolvió la reunión. En esto empezaron los jefes a temer como rebelión aquel estado de anarquía, y uno de ellos dijo: “¿En qué pensamos, ¡oh camaradas!, no nombrando otro emperador, ni defendiendo al que lo es, como si nuestro intento fuese, no el negar la obediencia a Galba, sino, en general, no querer emperador ni ser mandados? A Hordeonio Flaco, que no es más que una sombra e imagen de Galba, es preciso dejarlo a un lado: pero a un día de camino de aquí está el caudillo de la otra Germania, Vitelio, hijo de un padre que fue censor, cónsul tres veces y, en cierta manera, colega del Claudio César en el Imperio, y que por sí tiene una señal cierta de bondad y grandeza de ánimo en la misma pobreza, por lo que es de algunos escarnecido. Ea, pues, eligiendo a éste, hagamos ver a todos los hombres que valemos más que los españoles y lusitanos para nombrar un emperador.” Mientras unos convienen y otros lo rehúsan, se salió de entre ellos un porta insignia, y se fue en aquella noche a dar parte a Vitelio, que tenía consigo muchos a la mesa. Corrió la voz por las divisiones, y el primero Fabio Valente, tribuno de una legión, poniéndose a la mañana siguiente al frente de un gran piquete de caballería proclamó a Vitelio emperador. Los días anteriores había éste, manifestado que lo repugnaba y resistía, teniendo el Imperio por grave carga: pero entonces, repleto, dicen, del vino y la comida meridiana, salió y se mostró pronto, admitiendo el sobrenombre que le dieron de Germánico y rehusando el de César. Al momento también el otro ejército de Flaco, olvidando sus bellos y democráticos juramentos al Senado, juró al emperador Vitelio para obedecerle en cuanto mandase.

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