XXIII

De este modo fue Vitelio proclamado emperador en Germania, y habiendo llegado a los oídos de Galba las novedades allí ocurridas, ya no dilató más la adopción: pero, sabiendo que de sus amigos algunos intercederían por Dolabela, y los más por Otón, ninguno de los cuales merecía su aprecio, sin decir nada a nadie envió a llamar a Pisón, hijo de Craso y Escribonia, a quienes Nerón había hecho dar muerte, y joven en quien, con la mejor disposición natural para toda virtud, se descubría una gran modestia y austeridad, y, bajando al campamento, le declaró César y su sucesor. Acompañaron a este acto desde los primeros pasos grandes señales del cielo, porque, habiendo empezado en el campamento a decir unas cosas y leer otras, tronó y relampagueó tantas veces, y vino tal lluvia y oscuridad sobre él y sobre la ciudad, que fue bien manifiesto no aprobar ni confirmar el cielo aquella adopción, que parecía, por tanto, no ser para bien. La disposición de los soldados, por otra parte, era sospechosa y ceñuda, no habiéndoseles hecho tampoco entonces ningún donativo. Maravilláronse de Pisón los que se hallaron presentes, conociendo en su voz y en su semblante que aquel favor no le había conmovido, aunque tampoco lo había recibido con insensibilidad: así como, por el contrario, en la cara de Otón se advertían muchas señales de que le dolía y lo irritaba el verse frustrado de la esperanza, pues que, habiéndosele creído digno de ella antes que a otro y estando ya próximo a realizarla, el ser entonces excluido lo hacía indicio de aversión y mala voluntad de Galba contra él. De aquí es que entró en miedo aun para lo venidero, y, temiendo de Pisón, desechado por Galba y no estando satisfecho de Vinio, se retiró con el corazón agitado de diferentes pasiones, porque tampoco le permitían desesperar y desconfiar del todo los adivinos y caldeos que tenía siempre cerca de sí, especialmente Tolomeo, que le hacía gran fuerza con haberle anunciado repetidas veces que no le quitaría la vida Nerón, que éste moriría antes y que él sobreviviría e imperaría a los Romanos, pues haciéndole presente que aquello había salido cierto, insistía sobre que no desesperara tampoco de esto. Agregábanse los muchos que a solas se quejaban y lamentaban con él del injusto chasco que le habían dado, y los muchos más de los partidarios de Tigelino y Ninfidio, que, habiendo hecho antes un eran papel, arrinconados y maltratados entonces, contribuían a aumentar su disgusto y su encono.

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