Eran de este número Veturio y Barbio, especulador aquel y éste teserario: así llaman a los que hacen el servicio de mensajeros y exploradores. Con ellos iba y venía Onomasto, liberto de Otón, para seducir y corromper, ora con dinero, ora con esperanzas, a los que ya estaban picados y no necesitaban más que un ligero achaque; pues el pervertir a toda una columna de tropa que hubiera estado entera y sana no habría sido obra de sólo cuatro días, que fueron los que mediaron entre la adopción y el asesinato; porque se les dio la muerte al sexto día, que fue, en la cuenta romana, el día 18, antes de las calendas de febrero. En él, muy de mañana, sacrificaba Galba en el palacio, a presencia de sus allegados, y el sacrifícador Umbricio, al punto mismo de tomar en sus manos las entrañas de la víctima, exclamó que veía, no por enigmas, sino con la mayor claridad, en la cabeza del hígado señales de gran turbación y un inminente peligro que amenazaba al emperador, pues no le faltaba al dios más que entregar a Otón, tomándole por la mano. Hallábase éste presente, a espaldas de Galba, y estaba muy atento a lo que Umbricio decía y anunciaba; y como se asustase y tuviese con el miedo muchas alteraciones en el color, el liberto Onomasto, que estaba a su lado, le dijo que le buscaban y le estaban aguardando en casa los arquitectos: porque ésta era la seña convenida del momento en que debía presentarse a los soldados. Añadiendo, pues, él mismo que, habiendo comprado una casa vieja, quería mostrar a los destajeros aquellas piezas que necesitaban reparos, se marchó, y, bajando por la casa llamada de Tiberio, fue a la plaza al sitio donde está la columna de oro, en que van a rematar todas las carreteras principales de la Italia.