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Fulvio, luego que estuvieron todos juntos, persuadido por Gayo, envió a la plaza al más joven de sus hijos con un caduceo, Era este mancebo de gracioso y bello aspecto, y entonces, presentándose con modestia y rubor, los ojos bañados en lágrimas, hizo proposiciones de paz al cónsul y al Senado. Los más de los que allí se hallaban oyeron con gusto hablar de conciertos; pero Opimio respondió que no pensaran mover al Senado por medio de mensajeros; sino que como ciudadanos sujetos a haber de dar descargas, bajaran ellos mismos a ser juzgados, entregando sus personas e implorando clemencia, y dio orden al joven de que bajo esta condición volviese, y no de otra manera. Por lo que hace a Gayo, quería, según dicen, ir a hablar al Senado, pero no conviniendo en ello ninguno de los demás, volvió Fulvio a enviar a su hijo con las mismas proposiciones que antes; mas Opimio, apresurándose a venir a las manos, hizo al punto prender al mancebo, y poniéndolo en prisión, marchó contra Fulvio y los suyos con mucho infantería y ballesteros de Creta, los cuales, tirando contra ellos e hiriendo a muchos, los desordenaron. En este desorden Fulvio se refugió a un baño desierto y abandonado; pero hallado al cabo de poco, fue muerto con su hijo mayor. A Gayo nadie le vio tomar parte en la pelea, pues no sufriéndole el corazón ver lo que pasaba, se retiró al templo de Diana, donde, queriendo quitarse la vida, se lo estorbaron dos de sus más fieles amigos, Pomponio y Licinio, quienes hallándose presentes, le arrebataron de la mano el puñal y le exhortaron a que huyese. Dícese que, puesto allí de rodillas y tendiendo las manos a la diosa, le hizo la súplica de que nunca el pueblo romano por aquella ingratitud y traición dejara de ser esclavo. Porque se vio que la muchedumbre le abandonó, a causa de habérseles ofrecido por un pregón la impunidad.

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