Entregóse Gayo a la fuga; y yendo en pos de él sus enemigos, le iban ya a los alcances junto al puente Sublicio: entonces dos de sus amigos le excitaron a que apresurase el paso, y ellos, en tanto, hicieron frente a los que le perseguían, y pelearon delante del puente, sin dejar pasar a ninguno, hasta que perecieron. Acompañaba a Gayo en su fuga un esclavo llamado Filócrates, y aunque todos, como en una contienda, los animaban, ninguno se movió en su socorro, ni quiso llevarle un caballo, que era lo que pedía, porque tenía ya muy cerca de los que iban contra él. Con todo, se les adelantó un poco, y pudo refugiarse en el bosque sagrado de las Furias, y allí dio fin a su vida, quitándosela Filócrates, que después se mató a sí mismo. Según dicen algunos, aún los alcanzaron los enemigos con vida; pero el esclavo se abrazó con su señor, y ninguno pudo ofenderle hasta que acabó, traspasado de muchas heridas. Refiérese también que no fue Septimuleyo, amigo de Opimio, el que le cortó a Gayo la cabeza, sino que, habiéndosela cortado otro, se la arrebató al que quiera que fue, y la llevó para presentarla: porque al principio del combate se había echado un pregón ofreciendo a los que trajesen las cabezas de Gayo y Fulvio lo que pesasen de oro. Fue, pues, presentada a Opimio por Septimuleyo la de Gayo, clavada en una pica, y traído un peso, se halló que pesaba diecisiete libras y dos tercios; habiendo sido hasta en esto Septimuleyo hombre abominable y malvado, porque habiéndole sacado el cerebro, rellenó el hueco de plomo. Los que presentaron la cabeza de Fulvio, que eran de una clase oscura, no percibieron nada. Los cuerpos de éstos y de todos los demás muertos en aquella refriega, que llegaron a tres mil, fueron echados al río, y se vendieron sus haciendas para el erario. Prohibieron a las mujeres que hiciesen duelos, y a Licinia, la de Gayo, hasta la privaron de su dote; pero aún fue más duro y cruel lo que hicieron con el hijo menor de Fulvio, que no movió sus manos ni se halló entre los que combatieron, sino que, habiendo venido antes de la pelea sobre la fe de la tregua, y echándole mano, después le quitaron la vida. Sin embargo, aun más que esto y que todo ofendió a la muchedumbre el templo que enseguida erigió Opimio a la Concordia; porque parecía que se vanagloriaba y ensoberbecía, y aun en cierta manera triunfaba por tantas muertes de ciudadanos; así es que por la noche escribieron algunos debajo de la inscripción del templo estos versos: La obra del furor desenfrenado es la que labra a la Concordia templo.