IX

Aléganse por otros para esta determinación otras muchas causas. Por descontado, los llamados pretorianos, que constituían la guardia, probando entonces lo que era la milicia, y echando de menos aquellas diversiones y aquella vida de Roma, exenta de los trabajos de la guerra y pasada en espectáculos y fiestas, no podían contenerse, y todo se les iba en dar prisa para la batalla, creídos de que habían de llevarse de calle a los enemigos. El mismo Otón parece que no estaba muy a prueba de incertidumbres, ni sabía, por falta de uso y por su vida muelle, aguantar la consideración repetida de los peligros; por lo que, oprimido del cuidado, se apresuraba a despeñarse a ojos cerrados como de un precipicio a lo que quisiera hacer la suerte, explicándolo de esta misma manera Segundo el orador, que era su secretario de cartas. Otros cuentan que muchas veces estuvieron tentados ambos ejércitos para juntarse y de común acuerdo elegir el mejor entre los caudillos que allí tenían, y si esto no podía ser, convocar al Senado y dejarle la elección. Y no es inverosímil que, no teniendo opinión ninguna de los dos proclamados emperadores, a los soldados de buena índole, ejercitados y prudentes, les ocurriese el pensamiento de que era muy duro y vergonzoso que lo que en otro tiempo, primero por Sila y Mario, y después por César y Pompeyo, afligió a los ciudadanos hasta atraerse la compasión, causando y recibiendo males unos de otros, esto mismo lo repitieran y aguantaran ahora para hacer que el Imperio fuera pábulo, o de la glotonería y borrachera de Vitelio, o de la prodigalidad y liviandades de Otón. Sospechaban, pues, que, habiendo Celso tenido conocimiento de estos tratados, daba largas con la esperanza de que las cosas se arreglarían sin batalla y sin nuevas calamidades, y que, por el contrario, Otón, temiendo estas resultas, aceleraba la batalla.

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