Regresó a Brixelo, cometiendo un nuevo error, no sólo en quitar a los combatientes la vergüenza y la emulación consiguientes al haber de pelear ante sus ojos, sino también en llevarse consigo para la guardia de su persona los soldados más valientes y entusiastas, no menos de caballería que infantería, como quien hace trozos el cuerpo del ejército. Ocurrió también en aquellos mismos días el trabarse un combate en el Po, intentando Cecina echar un puente para pasarlo y peleando los de Otón por estorbárselo. Cuando vieron que nada adelantaban, pusieron en unos barcos hachones cubiertos de azufre y pez, y, levantándose viento mientras hacía la travesía, arrojó aquellos preparativos a la parte de los enemigos. Empezó primero a salir humo, y después a alzarse una gran llamarada, con lo que, sobresaltados, se echaron al río, volcando los barcos, no sin risa de los enemigos, y quedando a discreción de éstos sus personas. Los germanos, trabando pelea en una isleta del río con los gladiadores de Otón, los vencieron, con muerte de no pocos.