Concibieron los de la vanguardia de Otón, sin saberse por qué causa, la idea de que iban a pasárseles los generales de Vitelio; así, apenas estuvieron cerca, los saludaron amistosamente, dándoles el nombre de camaradas. Mas como ellos, lejos de recibir afectuosamente la salutación, respondiesen con enfado y con expresiones propias de enemigos, sobre los que habían saludado cayó gran desaliento, y sobre los otros, recelo contra éstos de que su saludo era una traición; y esto fue lo primero que a todos los trastornó, cuando ya estaban encima los enemigos. En todo lo demás hubo asimismo confusión y desorden, porque el bagaje fue de grande estorbo para los que tenían que pelear, y el terreno mismo obligaba a perder continuamente la formación, estando cortado con acequias y hoyos, pues para salvarlos les era forzoso venir con los enemigos a las manos desordenadamente y por pelotones. Sólo dos legiones porque éste es el nombre que dan los romanos a los regimientos de Vitelio, la Rapaz, y de Otón, la Auxiliadora, habiendo salido a un terreno despejado y abierto, emprendieron un combate en toda regla y pelearon en batalla por largo tiempo. Los soldados de Otón eran hombres robustos y fuertes, pero entonces por la primera vez hacían experiencia de la guerra y de lo que era una batalla, y los de Vitelio ejercitados en muchos combates, veteranos ya y en la declinación del vigor. Embistiéndolos, pues, los de Otón, los rechazaron y les tomaron un águila, con muerte de casi todos los de primera fila; pero, rehaciéndose, cayeron llenos de vergüenza y de ira sobre aquellos, mataron al legado de la legión, Orfidio, y les tomaron muchas insignias. Contra los gladiadores, que eran tenidos por diestros y osados para las refriegas, colocó Alfeno Varo a los llamados Bátavos. Son éstos los mejores soldados de a caballo de los Germanos, habitantes de una isla que rodea el Rin. A éstos, muy pocos de los gladiadores les hicieron frente; los demás, huyendo hacia el río, dieron con las cohortes enemigas allí situadas, a cuyas manos, en reñida lid, perecieron todos. Los que más cobarde e ignominiosamente se condujeron fueron los pretorianos, pues dando a huir, sin aguardar siquiera a tener los contrarios delante, esparcieron ya el miedo y el desorden en los que se conservaban no vencidos, atravesando por en medio de ellos. Con todo, muchos de los de Otón, que por su parte vencieron a los que les estaban contrapuestos, se abrieron paso a viva fuerza por entre los enemigos vencedores y penetraron a su campamento.