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De resultas de esto se sancionó también la otra ley sobre las tierras, y fueron elegidos tres ciudadanos para el discernimiento y el reparto: el mismo Tiberio Apio Claudio, su suegro, y Gayo Graco, su hermano, que no se hallaba presente, sino que militaba a las órdenes de Escipión contra Numancia. Ejecutadas estas cosas por Tiberio a todo su placer, sin que nadie se le opusiera, nombró además tribuno, no a una persona conocida, sino a un tal Mucio, que era su cliente; de lo que ofendidos los poderosos, y temiendo el poder que aquel iba adquiriendo, en el Senado le mortificaron y humillaron cuanto pudieron: pues que pidiendo, como era de costumbre, una tienda donde pudiera hacer el repartimiento de las tierras, no se la dieron, siendo así que se concedían a otros para objetos de menor entidad; y para expensas le señalaron por día nueve óbolos; siendo Publio Nasica quien promovía estas cosas, exponiéndose sin reserva a su enemistad, porque era el que más tierras poseía de las del público, y llevaba muy a mal que se le precisara a dejarlas. Con esto, el pueblo se encendía más, y habiendo muerto de repente un amigo de Tiberio, como en el cadáver se notasen ciertas señales reparables, empezaron a gritar que lo habían muerto con veneno, corrieron a su entierro, tomaron en hombros el féretro y no se apartaron mientras se le daba sepultura, no faltándoles razón para sospechar del veneno. Porque el cadáver se reventó, y arrojó gran cantidad de un humor corrompido; tanto, que se apagó la hoguera; y formando otra, no quiso arder hasta que la mudaron a otro lugar; y aun allí tuvieron mucho que hacer para que en él prendiera el fuego. En vista de estas cosas, Tiberio irritaba más a la muchedumbre, pues se mudó las vestiduras, y presentando los hijos, pedía al pueblo que se encargara de ellos y de su madre, considerándose ya perdido.

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