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Luego que Tiberio dio parte de este aviso a los que le rodeaban, se ciñeron éstos las togas, y rompiendo los astiles con que los ministros hacen apartar a la muchedumbre, tomaron los pedazos para defenderse con ellos de los que les acometieran. Pasmábanse los que se hallaban algo lejos de lo que sucedía, y preguntando acerca de ello, Tiberio llevó la mano a la cabeza, queriendo indicar por señas su peligro, pues que la voz no podía ser oída; pero los contrarios, al ver esta demostración, corrieron a anunciar al Senado que Tiberio pedía la diadema, de lo que era señal el haberse tocado la cabeza. Alteráronse todos, y Nasica pedía al cónsul que mirara por la república y acabara con el tirano; mas como éste respondiese sencillamente que no era su ánimo emplear ninguna fuerza, ni quitar la vida a ningún ciudadano sin ser juzgado, y sólo si el pueblo diese algún decreto injusto, persuadido o violentado por Tiberio, no lo tendría por válido, levantóse entonces Nasica: “Pues que el cónsul- dijo- es traidor a la república, los que queráis venir en socorro de las leyes seguidme”. Y al decir esto se echó el borde de la toga sobre la cabeza, y se dirigió corriendo al Capitolio. Recogiéronse también las togas con la mano los que iban en pos de él, y apartaban a los que encontraban al paso, no habiendo ninguno que se atreviera a detenerlos por su autoridad, sino que más bien huían y se pisaban unos a otros. Los que eran de su facción habían traído de casa palos y mazas, y ellos, echando mano de los fragmentos y los pies de las sillas curules, hechas pedazos por la muchedumbre al tiempo de huir, marcharon contra Tiberio, hiriendo a los que se le ponían delante; y éstos fueron los primeros que murieron. Tiberio dio a huir, y llegó uno a asirle de la ropa; dejó aquel la toga, y continuó huyendo en túnica, pero tropezó y cayó sobre algunos de los que murieron antes que él, y al levantarse, el primero que se sabe haberle herido en la cabeza con el pie de una silla fue Publio Satureyo, uno de sus colegas; y el segundo golpe se lo dio Lucio Rufo, que se jactaba de ello como de una grande hazaña. Al todo murieron más de trescientos golpeados con palos y piedras, y ninguno con hierro.

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