Los bárbaros de Mesena, a los que se daba el nombre de Mamertinos, vejaban en gran manera a los Griegos, y aun a algunos los habían sujetado a pagarles tributos, por ser ellos muchos y gente belicosa, apellidados por tanto los marciales en lengua latina; cogió, pues, a los recaudadores y les dio muerte, y venciéndolos a ellos en batalla, asoló muchas de sus fortalezas. A los cartagineses, que se mostraban inclinados a la paz, estando dispuestos a contribuir con dinero y despachar la escuadra, si se ajustaba la alianza, les respondió, codiciando todavía más, que no había amistad y alianza para ellos si no dejaban toda la Sicilia y ponían el Mar Líbico por término respecto de los Griegos; engreído por ello con la prosperidad y curso favorable de sus negocios, y llevando adelante las esperanzas con que se embarcó desde el principio, puesto principalmente en el África su deseo. Hallábase con bastante número de naves, faltándole las tripulaciones; mas después que se proveyó de remeros, ya no trataba blanda y suavemente a las ciudades, sino con despotismo y con dureza, imponiendo castigos; cuando al principio no había sido así, sino más dispuesto todavía que todos los demás a la afabilidad y a hacer favores, a mostrar confianza y a no ser molesto a nadie; pero entonces, habiéndose convertido de popular en tirano, con la aspereza de la ingratitud y de la desconfianza oscureció su gloria. Y aun esto, como necesario, lo aguantaban, aunque de mala gana; pero sucedió después que, habiendo sino Tenón y Sóstrato, generales de Siracusa, los primeros que le excitaron a pasar a Sicilia, los que cuando estuvo allí le entregaron la ciudad, y de quienes se valió para la mayor parte de las cosas, los tuvo después por sospechosos, no queriendo ni llevarlos consigo ni dejarlos; por lo cual Sóstrato, entrando en recelos y temores, se ausentó; pero a Tenón, achacándole igual intento, le quitó la vida. Con esto, no ya poco a poco o por grados se le mudaron los ánimos, sino que, concibiendo contra él las ciudades un violento odio, unas se pasaron a los Cartagineses, y otras llamaron a los Mamertinos. Cuando por todas partes no veía más que defecciones, novedades y una terrible sedición contra su persona, recibió cartas de los Samnitas y Tarentinos, en que manifestaban que apenas podían sostener la guerra dentro de las ciudades, arrojados ya de todo el país, y le pedían que fuese en su socorro. Éste fue un pretexto decente para que no se dijese que su partida era una fuga o un abandono de sus anteriores proyectos; mas lo cierto fue que no pudiendo sujetar la Sicilia como nave en borrasca, buscando cómo salir del paso, dio consigo de nuevo en la Italia. Dícese que retirado ya del puerto, volviéndose a mirar la isla, dijo a los que tenía cerca de sí: “¡Qué palestra dejamos ¡oh amigos! a los Cartagineses y Romanos!”; lo que al cabo de poco tiempo se cumplió, como lo había conjeturado.