CUENTO DE CUENTOS

A DON ALONSO MESIA DE LEIVA

LA habla que llamamos castellana y romance tiene por dueños todas las naciones: los árabes, los hebreos, los griegos. Los romanos naturalizaron con la vitoria tantas voces en nuestro idioma, que la sucede lo que á la capa del pobre, que son tantos los remiendos, que su principio se equivoca con ellos.

En el origen de la han hablado algunos linajudos de vocablos, que desentierran los huesos á las voces, cosa más entretenida que demostrada; y dicen que averiguan lo que inventan.

También se ha hecho Tesoro de la Lengua española, donde el papel es más que la razón; obra grande, y de erudición desaliñada.

Ninguno ha escrito gramática; y hablamos la costumbre, nó la verdad, con solecismos.

El alma decimos; y supuesto que el alma bueno no se puede decir, el, que es artículo masculino, ha de ser la, y pronunciar la alma.

No quiero nada peca en lo de las dos negaciones, y debe decirse: Quiero nada.

Bien considerable es el entremetimiento desta palabra mente, que se anda enfadando las cláusulas y paseándose por la voces eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente, santamente, y esta porfía sin fin. ¿Hay necedad, más repetida de todos que finalmente, cosa que algún letor se me quiera excusar de no haberla dicho?

Mal hablado llaman al que habla mal, habiéndole de llamar mal hablador.

Mire lo que le digo, decimos todos por óigame; pues no se parecen los ojos y las orejas. Aqueste, por este; agora, por ahora. Son infinitas las veces que, pudiendo escoger, usamos lo peor.

¡Hay cosa como ver á un graduado, con más barbas que textos, decir enfurecido: Voto á tal, que se lo dije de pe A pal ¿Qué es pe á pa, licenciado? Y para enmendarlo dice que se está erre A erre todo el dia.

: Qué será no dar á uno una sed de agua, que tan irecuente se oye en las quejas de los amigos y de los criados? Y hacer bailar el agua delante, ¿es á propósito?

Encarece uno su verdad, y dice: Yo le dije dos por tres. Y decir dos por tres, ¿quién negará que no es decir una cosa por otra? Habia de decir: Yo le dije dos por dos.

¡Pues uno que encareciendo su diligencia, dice que vino en un santiamén! Deben de tener los santiamenes gran paso. ¡Y los que para encarecer su prudencia dicen que lo escogieron á moco de candil! Miren qué juicio tendrá un moco de candil para escoger.

Un enojado que dice á otro que le trae sobre ojo, es (con perdón) llamarle nalgas; que para decir que le atiende, lo propio era traer los ojos sobre él. Y el blasón tan presumido de tener sangre en el ojo, más denota almorranas que honra; y pierdo doblado si lo juzgan los pujos.

Hablen cartas y callen barbas -, sin haber quien haya oido decir á las barbas: Esta boca es mia; aun cuando las calean y las rapan.

¡Qué de hombres se hacen mojigatos-, y nadie sabe qué son estos gato moji!

Verse y desearse no pasó de Narciso.

Poner piés en pared no sirve de nada; yo lo he probado, viéndome en trabajos, como oia decir: No hay sino poner piés en pared; y solo sirve de trepar ó dar de cogote.

Andar la barba sobre el hombro, quien lo tuviere por buen consejo, lo pruebe; y andará hecho corderito de Agnus Dei.

Dióme un remoquete es dádiva de catarro.

Llevar la soga arrastrando dicen que es la mayor desdicha. Yo he llevado arrastrando sogas, y hallo que es peor que la soga lleve arrastrando al hombre.

Para decir que uno es muy malo dicen que ni teme ni debe.; Puede ser mayor necedad, pues solo es bueno el que ni teme ni debe? Habian de decir que ni teme ni paga; y esto pregúntenselo á los mercaderes y á todos los que fian.

.No me Lo harán creer cuantos aran y cavan. Considere vuesamerced qué letrados ó teólogos buscó, sino gañanes.

¿Vuesamerced ha visto algún bazo cagado? Que yo no sé por dónde entran á proveerse en un bazo.

¿Hay cosa tan mortal como zas? Más han muerto de zás que de otra enfermedad; no se cuenta pendencia que no digan: Y llega, y zás y zás, y cayó luego.

No es el mundo tan grande como tris: todo está en un tris, y no hay dos trises; estaban en un tris; estuvo toda la ciudad en un tris; todo el reino estuvo en un tris. ¿Y espantaránse de que la fénix sea una, siendo el tris uno siempre?

¿Y aquellos majaderos músicos que se van cantando las tres ánades, madre; que no cantarán las dos, si los queman, ni la cuarta?

Considere vuesamerced el buen talle destas voces, que se nos hacen reacias en la lengua, y no las podemos escupir: zurriburri, á cada triquete, traque barraque, zis zás, zipizape, abarrisco, irse á chitos, chichota, con sus mee de oveja, trochimoche, y cochite hervite; es decir que no tiene vergüenza para deslizarse en una historia y entremeterse en un sermón; y están tan halladas, que pocas plumas las desdeñan.

Y para ver á cuál mendiguez está reducida la lengua española, considere vuesamerced que, si Dios por su infinita misericordia no nos hubiera dado estas dos voces ahora bieyi, nadie se pudiera ir ni se despidiera de una conversación. Todos dicen: Ahora bien, ya es hora; ahora bien, ya es tarde; ahora bien, ya vuesas mercedes querrán cenar.Y hay hombre que, por no acordarse dellas, se detiene hasta que enfada y mata, y en topando con su hora bien, se va.

Yo, por no andar rascando mi lenguaje todo el dia, he querido espulgarle de una vez en esta jornada, donde yo solo no tengo qué hacer. Y en este cuento he sacado á la vergüenza todo el asco de nuestra conversación, que si no tuviere donaire ni mereciere alabanza, no carece de estimación el trabajo en recoger tan extraños desatinos. Ahora va este papel haciendo lugar á obra más de veras, en que trataré (ni sé si tan docto como desvergonzado) que ni sabemos deletrear nuestra cartilla ni razonar con la pluma. En tanto vuesamerced, que hace buena acogida á mis borrones, se divierta y tenga larga vida, con buena salud. Monzon 17 de marzo de 1626.

DON FRANCISCO DE QUEVEDO VILLEGAS.

CUENTO DE CUENTOS

donde se leen juntas las vulgaridades rústicas, que aun duran en nuestra habla, barridas de la conversación.

ELLO se ha de contar; y si se ha de contar, no hay sino, sus, manos á la obra.

Digo pues que en Sigüenza habia un hombre muy cabal y machucho, que diz que se decia Menchaca, de muy buena cepa. Estaba casado con una mujer, y esta mujer era mujer de punto y más grave que otro tanto. Llámese como se llamare.

Tenian dos hijos que, como digo, eran pintiparados y no le quitaban pizca al padre. El uno dellos era la piel del diablo, el otro un chisgaravís; y cada dia andaban al morro por quítame allá esas pajas. El menor era vivo como una cendra, y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón. El padre lo sentía á par de muerte; mas él ni por esas ni por esotras.

El mayor era hombre de pelo en pecho, y echaba el bofe por una mozuela como un pino de oro, delicada, veme no me tengas, alharaquienta. Era viuda, y su marido (como digo de mi cuento) murió; y diz que se tuvo barruntos que ella le habia dado con la del martes. Estuvo en un tris de suceder una de todos los diablos. El padre, que era marrajo, lloraba hilo á hilo, y iba y venía en estas y estotras. Y un dia, entre otros, que le dió lugar la murria, la dijo su parecer de pe á pa; y seco y sin llover, mandóla que se metiese en un convento al proviso. Ella se cerró de campiña; y así se estuvieron erre á erre muchos días, hasta que el padre, que ya estaba atufado, la dijo que por tantos y cuantos que habia de hacer y acontecer, ver veamos si han de ser tijeretas; y en justos y en verenjustos dió con ella en una recolección.

Era la pupilera mujer de chapa y no amiga de carambolas, y el licenciado persona de tomo y lomo. La moza, que vió esto, viene y toma, y ¿qué hace? Sin más ni más, como quien no quiere la cosa, escribe á su galan, que ya andaba con mosca, diciéndole que todo era agua de cerrajas, y que ella habia puesto piés en pared, y que quisiese que no quisiese, se iria con él cantando las tres ánades, madre; que atase él bien su dedo, y se riese de toda la zalagarda, y traque barraque.

Pues el diablo del mozuelo (que estaba más enamorado que otro tanto, y estaba sobre las afufas), como se vió señor del argamandijo, no hacia más de á trochimoche escribirla billetes y más billetes; y ella leer que leerás, á tontas y á locas.

Pues (como digo) yendo dias y viniendo dias, la pupilera, que tenia pulgas, soltó la taravilla y la dijo rasamente que ella era mujer de sangre en el ojo, y que con ella no habia cháncharras máncharras: que anduviese con pie de plomo y la barba sobre el hombro, porque de manos á boca haria de hecho. La mozuela, que era sacudida, casi casi estuvo para envedijarse con ella, y levantar una cantera de todos los diablos. Ella se resolvió en decirla que para qué eran tantos arremuescos y dingolondangos, siendo todo un papasal; y sepa que ya estoy el agua hasta aquí. Hacia grandes extremos, diciendo que bien entendía la zangamanga. La pupilera lo quiso meter á barato, negando á pié juntillas cuanto ella habia dicho. El otro hermanillo, que se venía al husmo, se hizo mequetrefe y faraute del negocio, y por apaciguarlas, empezó á darlas ripio á la mano á sabiendas.

La pupilera se hacia carne, llorando de ver el mormullo y la tabaola que habian metido en su casa. El hermanillo, por desmentir espías, la empezó á traer la mano sobre el cerro. Y en estas y estas, cata ¿qué hace el diablo? Hételo el padre, sin más ni más.

Atolondráronse todos, y en volandas llegaron á las inmediatas: dijéronse los nombres de las fiestas, y hubo muchos dares y tomares, si ha de salir, no ha de salir.

—Yo saldré, dijo la viuda, zurriando como un rayo; mas para esta... Aquí fué ello, que como la tia no las tenia todas consigo, empezó á tartalear, y diz que dijo:

—¿Qué ha de haber? ¡Miren quién se mete en docena! Yo la aseguro que ha caido la vindica en el mes del obispo.

—Tanto monta, dijo la mozuela. Y replicó la pupilera:

—Nó, sino el alba. El hermanillo, viendo que andaban al morro, votó á tal y á cual que todo lo habia de llevar abarrisco.

—¿Qué es abarrisco en mis barbas? dijo el padre, y zás.

Llegó á punto crudo el licenciado, cuando andaba el zipizape. Metiólos en paz; mas á cada triquete andaban á mia sobre tuya. Y viendo el pelotero, llevósela el padre á su casa, porque no se metiese en dibujos.

Y en llegando, tris tras á la puerta.

El viejo tenia barruntos de que un hermano de la mozuela, que no la quitaba pinta, y tenia muy malas mañas, enguizgaba el negocio. No quiso abrir. Esto fué el diablo, que empezó á decir (y agora es, y no acaba) que no habia de dejar roso ni velloso, ni piante ni mamante, y que los habia de traer al retortero á todos, y salga si es hombre. El pobre padre no hacia sino chiton, como entendia el busílis.

La hija, que olió el poste y hendia un cabello en el aire, escurrió la bola, temiendo que el padre la menearía el zarzo; ¿qué hace? sino váse á chitos. El picaron, por no hacer una borrumbada, dijo:

—Arda Bayona, y esos turronazos no con miquis; y acogióse calla callando. Iba la hija saltando bardales, sin decir oxte ni moxte, en busca del bribón, corriendo á diablo el postre, con la lengua tan larga.

Desto los vecinos tomaban el cielo con las manos y se desgañifaban; y andaban unos en pos de otros zahiriéndose.

—No nos hable con sonsonete, dijo uno; que al cabo al cabo ha de venir á la melena.

Decia ella:

—No dijera más Pateta: yo he de hacer mi gusto, y esotro es cosa de morenos, y no quiero cuentos con serranos; y de una hasta ciento; que se descalzaban de risa de ver al viejo hecho de hiel, y á ella que se iba á cencerros atapados, con un zurriburri refunfuñando.

El licenciado, que pensó que ya mordía en un confite, y que eran uña y carne, con mucha sorna se vino mano sobre mano, hecho gatica de Juan Ramos, diciendo entre sí:

—Yo la haré á la tal por cual, que muerda en el ajo.

El padre, que le vió venir á lo de mi suegro, y le traia entre ojos, empieza á dar voces; y alza Dios tu ira, y á diestro y á siniestro le puso del loco, asiéndosele de los andularios, que no podian desengarrafarle, segun tenia la hincha con él.

El licenciado daba los gritos que los ponia en el cielo; mas no se dormia en las pajas. Allí fué ella, que el compañero, viendo que andaban á pescuezo, le dió un pan como unas nueces, sin irle ni venirle.

A la tabaola se entró un vecino con sus once de oveja, muy sobresaltado, y de hoz y de coz se metió donde no le llamaban. Quiso embestir, mas el bribón puso haldas en cinta. Dijo el pobrete:

—Yo soy hombre de pro, y conmigo no hay levas.

—Yo pajas, dijo el bribón, y asentóle un tanto. El pobre no chistó ni mistó, y volvióse dado á perros, y jurando que le habia de dar su recado. Y sobre esto hubo la mayor turbamulta del mundo.

Mas viendo la mozuela que el bribón la daba en el chiste, estúvose acurrucada, por excusar dimes y diretes.

El picaron andaba listo como una jugadera, de ceca á meca, engolondrinado, dándose tantas en ancho como en largo, que le podían hender con una uña.

—Esto ha de dar un crujido, dijo el hermanillo, que estaba de manga. El padre pensaba que tenia el oro y el moro, y estábase en sus trece, diciendo que si le hacian, habian de ir rocin y manzanas con todos los diablos; y echó de la oseta.

La viuda y el que nos vendió el galgo, digo el bienhadado del novio, se dieron sendos remoquetes acerca del casamiento que se estaba en jerga.

Era el bellaco socarron y mal hablado, y dijo que no le manchasen el bazo, que no era barro casarse, y que él no se habia de casar á medio mogate:

—¿No más de llegar, y zás, candil? A osadas, que lo entiendo todo.

Saltó el licenciado y díjole:

—¡Gentil chirrichote! Danle una moza como mil relumbres, hija de sus padres, más rubia que las candelas, que no sabe lo que se tiene, hecha de cera, que le viene de molde, ¿y hácese de pencas? ¿Para qué es tanto lilao? Sino á ojos cegarritas déjese de recancanillas y cásese, pues le viene muy ancho.

Atolondrado el novio, así como oyó decir que le vendría muy ancho, dijo:

—Tras que me venga muy ancho ando yo! Déjenme que lo meteré todo á la venta de la Zarza, y volverémos las nueces al cántaro.

Púsose el bribón más colorado que unas brasas; y dijo que llevado por bien, harian dél cera y pabilo, y que le diria todo lo que deseaba saber, sin faltar chichota.

El berganton le dijo dos por tres que mentía, y si no lo ha vuesamerced por enojo, se tornaron á envedijar, y andaban al pelo.

El licenciado, que vió la baraúnda, echólo á doce. El hermanillo cascó la mollera al cuñado. Todos andaban hechos una pella y al estricote.

Pues vea aquí vuesamerced que si no es por la viuda, el licenciado paga el pato, con todo su apatusco. El echaba de vicio, y ella le cantaba la sorna, diciendo que más quería andarse á la flor del berro, y qué me sé yo.

En esto estaban á toca no toca, cuando á la zacapella que traía la gente bahúna, vino un alguacil en un santiamén y un escribano en volandas, respailando, y dijeron que de atrás los traían sobre ojo, y que no dejarían de embocar la moza en la cárcel por todos los haberes del mundo, que bastaba la mueca.

El licenciado replicó que no se habia de hacer todo cochite hervite. Mirábale de hito en hito el hermanillo. El escribano estaba con el ojo tan largo.

—No estoy de gorja, dijo el padre, ni me mamo el dedo.

Empezó el maridillo á echar verbos:

—¿Alguacil en mi casa? Y en esto iba y venía.

—Yo traigo un mandamiento tan gordo, que no vengo á humo de pajas, dijo el escribano.

—¿Mandamiento? dijo el licenciado; no me lo harán en creyentes cuantos aran y cavan. Y sobre esto se batió el cobre lindamente.

Dijo el alguacil:

—Yo no doy mi brazo á torcer. Replicó el hijo:

—Ni yo me dejo agraviar en el blanco de la uña; y esta casa no es como quiera, y míreme á la cara. ¿Qué quería? ¿llevarse de bóbilis bóbilis mi hacienda? Antes me dejaré hacer trizas; y advierta que no somos todos unos, y me mataré con mi padre en dos paletas, y me haré añicos.

—Arda Bayona, dijo el alguacil; que estoy ya hasta el gollete, y he de hacer mi oficio.

El escribano estaba de mampuesto, diciendo que no le untasen el casco, que los pegaría á mantiniente con la de rengo.

El hermano se fué rabo entre piernas, el maridillo echando chispas, y todos se quedaron en jolito. Entonces la moza habló al alguacil muy sobrepeine, y le aconsejó que no se anduviese regodeando, y que se acordase de la de marras, y que era todo fruslera, y que no habia de tener más así que asado; que toda era gente honrada, escogida á moco de candil, y personas de chapa. El alguacil gritaba como un descosido, viendo que la mozuela le habia dado entre ceja y ceja con la del mártes; y tomó la hincha con ella. El escribano decia que no se la habia de cubrir pelo. La madre y el padre, que se estaban á más y mejor, dijeron:

—Esto va de rota: no hay sino hacer de las tripas corazon, y ojo al badil; gritando: No me hagan, que echaré por esos trigos; y á toda ley habe de tuyo.

—¿No ha de mediarse esto? dijo el licenciado, viendo la escarapela. Empezaron todos á encogerse de hombros, y á decir que se rugia cierta cosa; y que aunque no importaba un bledo, bastaba el run run y el qué dirán; y que si no se estorbaba, era fuerza que el alguacil llevase una tunda de coces.

El no dijo esta boca es mia, y tieso que tieso.

—Ahí me las dén todas, decia el bribón; que en manos está el pandero, etc. No lo dijo á sordos, que se quemó de oirlo el escribano, y le dijo:

Para mí no son menester tantas arengas, que sé dónde me aprieta el zapato; y lo que apuntó la señora lo tengo al cabo del trenzado; pero las razoncitas yo las guardaré como oro en paño. Alegrósele la pajarilla al alguacil, y dijo:

—Yo los meteré en pretina, ó podré poco.

Yo les haré, dijo el escribano, que me ¡bailen el agua delante, y los dejaré en el pelo de la masa; que no ha de ser todo cháncharras máncharras, y basta ya la trisca. Oyó el padre lo que trataban, y dijo:

—Oxte....; mas á mí no se me da un ardite, que ni temo ni debo, y al cabo habrá dello con dello.

—¿No darémos un corte en esto (dijo el licenciado)? cuando á sabiendas el mozuelo, muy remilgado y cariacontecido, dijo que estaba entre dos aguas, y dos dedos de irse por ese mundo adelante, en justos y en creyentes; que estaba cansado de traer los atabales á cuestas.

; Quién fuiste tú, que tal dijiste? No es creible la cólera del padre, pues llegándose á él, le asentó una tabalada. El no chistó ni mistó.

—Bergante (decia el viejo), téngote como cuerpo de rey, comiendo mil gollorías, dándote conejo por barba, y perdices como tierra, y vino como agua, repapilado, y hecho un trompo, vestido á las mil maravillas, la casa como una colmena, ¿y tanto lilao? Mírame á la cara, que el casamiento se ha de hacer de haldas ó de mangas. Quitáos de cuentos, y no andéis en tanto más cuanto, que se me va subiendo el humo á las narices, y conmigo no tendréis un si es no es.

Entre estas y estotras, entróse de claro en claro una fregona con un canastillo que se venía á los ojos, y unos bizcochos que saben que rabian, y yo me comia las manos tras ellos. Anduvímos á la arrebatiña, y no fueron vistos ni oidos. Traia un billete de la pupilera para el licenciado; diósele, y él dijo:

—Hablen cartas y callen barbas. Aquí está quien no me dejará mentir. Y el papel decia ni más ni ménos:

«Señor licenciado, ese belitre, que se hace el tuau-tem deste negocio, tiene muy malas manchas, y no le alcanza la sal al agua, y todo es carantoña. Yo quedo la más amarga del mundo y echada por puertas; y sé que él y su mujer me están royendo los zancajos. Que le advierto que si no calla, le ha de costar la torta un pan; y que entiendo poco de fílis: que no se ponga conmigo á tú por tú; y me crea que estoy muy amostazada de ver que se haga zorrocloco, y nos venda bulas; que se guarde del diablo, que ahora es todo tortas y pan pintado; y que todo esotro es andarse por las ramas; y que por mal término no hay hacer carrera conmigo; que le veré la boca á la pared, y no le daré una sed de agua.»

Levantóse un remusgo, que hasta allí podia llegar, y daban todos diente con diente, y tiritaban de oir tales cosas.

El mozo se ciscó; mas ella se estaba repantigada á lo de mi suegro, como si fuera el padre, con mucho aquel. Juró que le habia de dejar en porreta si no se casaba; y sobre esto porfiaron hasta tente bonete. El hijo decia que él habia hecho cala y cata del negocio, y que le habian de soñar; que por qué y por qué, no teniendo ella cogijos, habian de obligarla á que las apeldase; que se iria con el alma en los dientes, y los llenaría de bote en bote de lo que eran todos; y añadió que ya el viejo estaba calamocano.

¿Calamocano dijiste? Fué un dia de juicio, y sucediera muy mal si no se echara en chacota.

La mujercilla, que ya tenia asomos del negocio, más engolondrinada que otro tanto, empezó á hacer espavientos, y dijo que todo era así al pié de la letra; mas que no habia de ser todo echa y derrueca, supuesto no habian de poder dar con ellos al traste, aunque los persiguiesen á banderas desplegadas; y que más valia que por bien se llevasen su buen por qué, y se dejasen de cuentos. El alguacil decia que les habia de poner ras con ras la casa al menorete, hablando de talanquera, con mucho qué me sé yo. El escribano decia:

—Yo callaré ahora, mas yo les daré en caperuza.

—Cada uno mire por el virote (dijo el licenciado), pues ha de ir á todo moler; y no echen de vicio, que podría heder el negocio más ahina que piensan.

El alguacil, que vió que el licenciado era de los del asa, y que todos los demás era gente del gordillo, juzgó que el irse le venía á pedir de boca. Quitóse el sombrero, y ni paula ni maula, sino viene y vase. El padre, que vió el mal recado, fuése tras él dando cosetadas, por malos de sus pecados; y esto dió una estampida terrible.

—Ahí me las dén todas, decia la viuda. Replicó el marido:

—A mí no se me da un ardite, que con andar pié con bola me reiré de todos.

El bribón, que vió que esto iba de capa caida, y que iban de romanía, y que el mozuelo traia la soga arrastrando, y que la muchacha no era amiga de recancamusas, y que tenia garabato, díjola:

—Aquí no hay sino sus, y alto á casar, que estas son habas contadas.

La viuda, por una parte no quiso estar á diente; por otra, viendo que el mozo se moria por sus pedazos, estuvo hecha de sal y muy donosa, diciendo de aquella boca, que daba grima. El maridillo cantó de plano, mientras el licenciado contemplaba en las musarañas. Mas no se le quedó por corta ni mal echada-; y como tomó el negocio á pechos, dijo:

—A mí se me quedaba en el tintero lo mejor; y con mucha pausa se fué al padre y le dijo: Acabemos con este mazacote, que no son menester tantas zarracaterías, ni andar templando gaitas.

—Cásese, que todos le bailarémos el agua delante, y no se meta en dibujos. El, que vió que andaba ya de capa caida, dijo:

—Una por una, yo me casaré; mas luego roeré el lazo; y otras mil patochadas.

Casóse; y aunque la boda se hizo á somormujo, todos se repapilaron. El padre le dió una linda tragantona con el dote; encajóle todos cuantos cachivaches tenia en casa; y si se quejaba, decia que hablaba adefesios, y que no se gobernase por su caletre, que se quedaria in puribus, que era un maniaco. Y aunque calló entonces, despues lloraba los quiries, y propuso de hablarle papo á papo, porque otra vez no se le subiese á las barbas.

Con estas cosas le metió las cabras en el corral, y calla callando hizo su negocio, y el hermanillo le escuchaba hecho un bausán. Estaba en cluclillas detrás de la puerta la recien casada, oyendo al muchacho con la oreja tan larga, y entró con un tropel de los diablos. El, por lo que podia suceder, venía hecho un reloj. La mujercita estaba de veinte y cinco alfileres, y le dijo para qué se metia de gorra.

—Déjense de filaterías, que una por una ya están casados (dijo el licenciado); y si hablamos más, nos echará el gato á las barbas, y volverémos las nueces al cántaro.

—Libertad me fecit, dijo el hermanillo.

Y con esto, se fuéron todos á la deshilada, con muy grandes cogijos, sin respetar el coramvobis del padre, que daba gracias á Dios de ver acabada tan grande carambola.

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