III

De cómo fui á un pupilaje por criado de don Diego Coronel.

Determinó pues don Alonso de poner á su hijo en pupilaje: lo uno por apartarle de su regalo, y lo otro por ahorrar de cuidado. Supo que habia en Segovia un licenciado Cabra, que tenia por oficio de criar hijos de caballeros, y envió allá el suyo, y á mí para que le acompañase y sirviese. Entrámos primer domingo despues de Cuaresma en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. El era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refran que dice, ni gato ni perro de aquella color. Los ojos avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y escuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz entre Roma y Francia, porque se le habia comido de unas buas de resfriado; que aun no fuéron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecia que amenazaba á comérselas; los dientes le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba á buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor, ó compás con dos piernas largas y flacas; su andar muy de espacio; si se descomponia algo, se sonaban los huesos como tablillas de san Lázaro; la habla ética; la barba grande; por nunca se la cortar, por no gastar; y él decia que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara, que antes se dejaria matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros. Traia un bonete los dias de sol, ratonado con mil gateras, y guarniciones de grasa; era de cosa que fué paño, con los fondos de caspa. La sotana, segun decian algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenian por de cuero de rana; otros decian que era ilusion; desde cerca parecia negra, y desde léjos entre azul; llevábala sin ceñidor; no traia cuello ni puños; parecia, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podia ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no habia en él: conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenia en el suelo, y dormia siempre de un lado, por no gastar las sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria. A poder pues deste vine, y en su poder estuve con don Diego; y la noche que llegamos nos señaló nuestro aposento y nos hizo una plática corta, que por no gastar tiempo no duró más. Díjonos lo que habiamos de hacer: estuvimos ocupados en esto hasta la hora de comer; fuimos allá: comian los amos primero, y servíamos los criados. El refitorio era un aposento como un medio celemin; sustentábanse á una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré lo primero por los gatos; y como no los ví, pregunté que cómo no los habia á un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó á enternecerse, y dijo:

—¿Cómo gatos? Pues ¿quién os ha dicho á vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo. Yo con esto me comencé á afligir, y más me asusté cuando advertí que todos los que de ántes vivian en el pupilaje estaban como lesnas, con unas caras que parecian se afeitaban con diaquilon. Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendicion: comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligraba Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban á nado tras un garbanzo huérfano y solo, que estaba en el suelo. Decia Cabra á cada sorbo:

—Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula. Acabando de decillo, echóse su escudilla á pechos, diciendo: Todo esto es salud y otro tanto ingenio.

—¡Mal ingenio te acabe! decia yo entre mí, cuando ví un mozo medio espíritu, y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecia la habia quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero á vueltas, y dijo el maestro:

—¿Nabos hay? No hay para mí perdiz que se le iguale: coman; que me huelgo de vellos comer. Repartió á cada uno tan poco carnero, que en lo que se les pegó á las uñas y se les quedó entre los dientes pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba, y decía: Coman; que mozos son, y me huelgo de ver sus buenas ganas. (Mire vuesamerced qué buen aliño para los que bostezaban de hambre.) Acabaron de comer, y quedaron unos mendrugos en la mesa, y en el plato unos pellejos y unos huesos, y dijo el pupilero:

—Quede esto para los criados; que tambien han de comer: no lo queramos todo.

—¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado, decia yo; que tal amenaza has hecho á mis tripas! Echó la bendición, y dijo:

.............. Quede esto para los criados

(El Buscón lib.° I, cap.° III.)

—Ea, démos lugar á los criados, y váyanse hasta las dos á hacer ejercicio; no les haga mal lo que han comido. Entónces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojóse mucho, y díjome que aprendiese modestia, y tres ó cuatro sentencias viejas, y fuése. Sentémonos nosotros; y yo, que ví el negocio mal parado, y que mis tripas pedian justicia, como más cano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboquéme de tres mendrugos los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros á gruñir: al ruido entró Cabra, diciendo:

—Coman como hermanos, pues Dios les da con qué; no riñan que para todos hay. Volvióse al sol, y dejónos solos. Certifico á vuesamerced que habia uno dellos que se llamaba Surre, vizcaíno, tan olvidado ya de cómo y por dónde se comia, que una cortecilla que le cupo la llevó dos veces á los ojos, y de tres no la acertaba á encaminar de las manos á la boca. Y pedí yo de beber (que los otros por estar casi ayunos no lo hacian), y diéronme un vaso con agua; y no le hube bien llegado á la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunion, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantóme con grande dolor de mi ánima, viendo que estaba en casa donde se brindaba á las tripas, y no hacian la razon. Dióme gana de descomer (aunque no habia comido), digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias á un antiguo, y díjome:

—No lo sé; en esta casa no las hay; para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, donde quiera podeis; que aquí estoy dos meses há, y no he hecho tal cosa sino el dia que entré, como vos agora, de lo que cené en mi casa la noche ántes. ¿Cómo encareceré yo mi tristeza y pena? Fué tanta, que considerando lo poco que habia de entrar en mi cuerpo, no osé (aunque tenia gana) echar nada dél. Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué haria él para persuadir á las tripas que habian comido, porque no lo querian creer. Andaban vaguidos en aquella casa, como en otra ahítos. Llegó la hora de cenar; pasóse la merienda en blanco: cenamos mucho ménos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro, cabra asada. Mire vuesamerced si inventara el diablo tal cosa.

—Es cosa muy saludable y provechosa, decia, cenar poco para tener el estómago desocupado; y citaba una retahila de médicos infernales. Decia alabanzas de la dieta, y que ahorraba un hombre sueños pesados; sabiendo que en su casa no se podia soñar otra cosa sino que comian. Cenaron, y cenamos todos, y no cenó ninguno. Fuímonos á acostar, y en toda la noche yo ni don Diego pudimos dormir; él trazando de quejarse á su padre, y pedir que le sacase de allí, y yo aconsejándole que lo hiciese; aunque últimamente le dije:

—Señor, ¿sabeis de cierto si estamos vivos? Porque yo imagino que en la pendencia de las berceras nos mataron, y que somos ánimas que estamos en el purgatorio; y así, es por demás decir que nos saque vuestro padre si alguno no nos reza en alguna cuenta de perdones, y nos saca de penas con alguna misa en privilegiado....

Entre estas pláticas y un poco que dormimos se llegó la hora de levantar: dieron las seis, llamó Cabra a licion: fuímos, y oímosla todos. Ya mis espaldas nadaban en el jubon, y las piernas daban lugar á otras siete calzas; los dientes sacaba con tobas amarillos, vestidos de desesperacion. Mandáronme leer el primer nominativo á los otros, y era de manera mi hambre, que me desayuné con la mitad de las razones, comiéndomelas. Y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el mozo de Cabra, diciendo que él ha visto meter en casa, recien venido, dos frisones, y que á dos dias salieron caballos ligeros, que volaban por los aires; y que vió meter mastines pesados, y á tres horas salir galgos corredores; y que una cuaresma topó muchos hombres, unos metiendo los piés, otros las manos, y otros todo el cuerpo, en el portal de su casa (esto por muy gran rato), y mucha gente que venía á solo aquello de fuera; y preguntando un dia que qué sería, porque Cabra se enojó de que se lo preguntase, respondió que los unos tenian sarna, y los otros sabañones, y que en metiéndolos en aquella casa morian e hambre; de manera que no comian de allí adelante. Certificóme que era verdad. Yo, que conocí la casa, lo creo: dígolo porque no parezca encarecimiento lo dije. Y volviendo á la licion, dióla, y decorámosla, y proseguí siempre en aquel modo de vivir que he contado. Solo añadió á la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un dia de hidalguía allá fuera; y así, tenia una caja de hierro, toda agujerada como salvadera; abríala, y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornábala á cerrar, y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algun zumo por los agujeros, y quedase para otro dia el tocino. Parecióle despues que en esto se gastaba mucho, y dió en solo asomar el tocino en la olla. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar. Don Diego y yo nos vimos tan al cabo, que ya que para comer no hallábamos remedio, pasado un mes le buscámos para no levantarnos de mañana; y así, trazábamos de decir que teníamos algún mal; pero no dijimos calentura, porque no la teniendo, era fácil de conocer el enredo; dolor de cabeza ó muelas era poco estorbo: dijimos al fin que nos dolian las tripas, y estábamos malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres dias, fiados en que á trueque de no gastar dos cuartos no buscaria remedio. Ordenólo el diablo de otra suerte, porque tenia una receta que habia heredado de su padre, que fué boticario. Supo el mal, y aderezó una melecina; y llamando una vieja de setenta años, tia suya, que le servia de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas. Empezaron por don Diego: el desventurado atajóse, y la vieja, en vez de echársela dentro, disparósela por entre la camisa y el espinazo, y dióle con ella en el cogote, y vino á servir por defuera guarnición la que dentro habia de ser aforro. Quedó el mozo dando gritos: vino Cabra, y viéndolo, dijo que me echasen á mí la otra; que luego tornarian á don Diego. Yo me vestia; pero me valió poco, porque teniéndome Cabra y otros, me la echó la vieja, á la cual de retorno dí con ella en toda la cara. Enojóse Cabra conmigo, y dijo que él me echaria de su casa; que bien se echaba de ver que era bellaquería todo, mas no lo quiso mi ventura. Quejámonos nosotros a don Alonso, y el Cabra le hacia creer que lo hacíamos por no asistir al estudio. Con esto no nos valian plegarias. Metió en casa la vieja por ama, para que guisase, y sirviese á los pupilos, y despidió al criado, porque le halló el viernes á la mañana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasámos con la vieja Dios lo sabe, era tan sorda, que no oia nada; entendía por señas; ciega, y tan gran rezadera, que un dia se le desensartó el rosario sobre la olla, y nos la trujo con el caldo más devoto que jamás comí. Unos decian:

—¿Garbanzos negros? Sin duda son de Etipía. Otros decian:

—¿Garbanzos con luto? ¿Quién se les habia muerto? Mi amo fué el que se encajó una cuenta, y al mascar se quebró un diente. Los viérnes nos solia enviar unos huevos, á fuerza de pelos y canas suyas, que podian pretender corregimiento ó abogacía. Pues meter el badil por el cucharon, inviar una escudilla de caldo empedrada, era ordinario. Mil veces topé yo sabandijas, palos, y estopa de la que hilaba, en la olla; y todo lo metia para que hiciese presencia en las tripas y abultase. Pasámos este trabajo hasta la cuaresma que vino, y á la entrada de la estuvo malo un compañero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar médico, hasta que ya él pedia confesión más que otra cosa. Llamó entonces un platicante, el cual le tomó el pulso, y dijo que la hambre le habia ganado por la mano en matar aque hombre. Diéronle el Sacramento, y el pobre cuando o vió (que habia un dia que no hablaba) dijo.

—Señor mio Jesucristo, necesario ha sido el veros entrar en esta casa para persuadirme de que no es el infierno. Imprimiéronsele estas razones en el corazon: murió el pobre mozo, enterrárnosle muy pobremente, por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el caso atroz; llegó á oídos de don Alonso Coronel; y como no tenia otro hijo, desengañóse de las crueldades de Cabra, y comenzó á dar más crédito á las razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos á tan miserable estado. Vino á sacarnos del pupilaje, y teniéndonos delante, nos preguntaba por nosotros; y tales nos vió, que sin aguardar á más, trató muy mal de palabra al licenciado Vigilia. Nos mandó llevar en dos sillas á casa: despedímonos de los compañeros, que nos seguian con los deseos y con los ojos, haciendo las lástimas que hace el que queda en Argel viendo venir rescatados sus compañeros.

Share on Twitter Share on Facebook