De lo que me sucedió hasta llegar á Madrid, con un poeta.
Yo tomé mi camino para Madrid, y él se despidió de mí, por ir diferente jornada. Ya que estaba apartado, volvió con gran priesa, y llamándome á voces, estando en el campo, donde no nos oía nadie, me dijo al oído:
—Por vida de vuesamerced que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para sí, pues tiene buen entendimiento. Yo le prometí hacerlo: tornóse á partir de mí, y yo empecé á reirme del secreto tan gracioso. Con esto caminé más de una legua que no topé persona. Iba yo pensando entre mí en las muchas dificultades que tenia para profesar honra y virtud, pues habia menester tapar primero la poca de mis padres, y luego tener tanta, que me desconociesen por ella. Y parecíanme á mí estos pensamientos honrados, que yo me los agradecía á mí mismo. Decia á solas: Más se me ha de agradecer á mí, que no he tenido de quien aprender virtud, que al que la hereda de sus agüelos. En estas razones y discursos iba, cuando topé un clérigo muy viejo en una muía, que iba camino de Madrid. Trabamos plática, y luego me preguntó que de adonde venía. Yo le dije que de Alcalá. Maldiga Dios (dijo él) tan mala gente, pues faltaba entre tantos un hombre de discurso. Preguntóle que cómo ó por qué se podia decir tal del lugar donde asistian tantos doctos varones; y él, muy enojado, dijo:
—¿Doctos? Yo le diré á vuesamerced que tan doctos, que habiendo catorce años que hago yo en Majalahonda (donde he sido sacristan) las chanzonctas al Corpus y al Nacimiento, no me premiaron en el cartel unos cantarcitos que, porque vea vuesamerced la sinrazón que me hicieron, se los he de leer. Y comenzó desta manera:
Pastores, ¿no es lindo chiste,
Que es hoy el señor san Córpus Christe?
Y es el dia de las danzas,
En que el cordero sin mancilla
Tanto se humilla,
Que visita nuestras panzas,
Y entre estas bienaventuranzas
Entra en el humano buche.
Suene el lindo sacabuche,
Pues nuestro bien consiste.
Pastores,;no es lindo chiste, ctc.
—¿Qué pudiera decir más (me dijo) el mesmo inventor de los chistes? Mire qué misterios encierra aquella palabra pastores; más me costó de un mes de estudio. Yo no pude con esto tener la risa, que á borbollones se me salia por los ojos y narices; y dando una gran carcajada, dije:
—¡Cosa admirable! pero solo reparo en que llama vuesamerced señor san Corpus Christe; y Corpus Christi no es santo, sino el dia de la institución del Santísimo Sacramento.
—¡Qué lindo es eso (me respondió haciendo burla)! Yo le daré en el calendario; y está canonizado, y apostaré á ello la cabeza. No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma ignorancia; ántes le dije que eran dignas de cualquier premio, y que no habia leido cosa tan graciosa en mi vida.
—¿Nó (dijo al mismo punto)? Pues oiga vuesamerced un pedacito de un librillo que tengo hecho á las once mil vírgenes, adonde á cada una he compuesto cincuenta octavas, cosa rica. Yo, por excusarme de oir tanto millón de octavas, le supliqué no me dijese cosa á lo divino; y así me comenzó á recitar una comedia que tenia más jornadas que el camino de Jerusalen. Decíame:
—Hícela en dos dias, y este es el borrador; y sería hasta cinco manos de papel. El título era, EL arca de Noé. Hacíase toda entre gallos, ratones, jumentos, raposas y jabalís, como fábulas de Hysopo. Yo se la alabé la traza y la invención; á lo cual me respondió: Ello cosa mia es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo, y la novedad es más que todo; y si yo salgo con hacerla representar, será cosa famosa.
—¿Cómo se podrá representar (le dije yo), si han de entrar los mismos animales, y ellos no hablan?
—Esa es la dificultad; que á no haber esa, ¿habia cosa más alta? Pero yo tengo pensado hacerla toda de papagayos, tordos y picazas, que hablan, y meter para el entremés monas.
—Por cierto, alta cosa es esa.
—Otras más altas he hecho yo (dijo) por una mujer á quien amo; y ve aquí novecientos y un soneto, y doce redondillas (que parece que contaba escudos por maravedís) hechos á los ojos de mi dama. Yo confieso la verdad, que aunque me holgaba de oirle, tuve miedo á tantos versos malos; y así, comencé á echar la plática á otras cosas. Decíale que veia liebres; pues empezaré por uno, donde la comparo á ese animal; y empezaba luego. Yo por divertille le decia:
—¿Ye vuesamerced aquella estrella que se ve de dia? A lo cual dijo:
—En acabando este le diré el soneto treinta, en que la llamo estrella, que no parece sino que sabe los intentos dellos. Afligíme tanto con ver que no se podia nombrar cosa á que él no hubiese hecho algún disparate, que cuando vi que llegábamos á Madrid, no cabia de contento, entendiendo que de vergüenza callaría; pero fué al revés; que por mostrar lo que era, alzó la voz entrando por la calle. Yo le supliqué que lo dejase, poniéndole por delante que si los niños olian poeta, no quedaría troncho que no se viniese por sus piés tras nosotros, por estar declarados por locos en una premática que habia salido contra ellos, de uno que lo fué y se recogió á buen vivir. Pidióme que la leyese si la tenia, muy congojado. Prometí de hacerlo en la posada. Fuimos á una, adonde él se acostumbraba apear, y hallámos á la puerta más de doce ciegos: unos le conocieron por el olor, y otros por la voz; diéronle una barbanca de bienvenido. Abrazólos á todos, y luego comenzaron unos á pedirle oracion para el Justo Juez en verso grave y sentencioso, tal que provocase á gestos; otros pidieron de las Animas, y por aquí discurrieron, recibiendo ocho reales de señal de cada uno. Despidiólos, y díjome:
—Más me han de valer de trecientos reales los ciegos; y así, con licencia de vuesamerced me recogeré agora un poco para hacer alguna dellas, y en acabando de comer oirémos la premática. ¡Oh vida miserable! Pues ninguna lo es más que la de los locos, que ganan de comer con los que lo son.