Del camino de Alcalá para Segovia, y lo que me sucedió en él hasta Rejas, donde dormí aquella noche.
LLEGÓ el dia de apartarme de la mejor vida que hallo haber pasado. Dios sabe lo que sentí el dejar tantos amigos y apasionados, que eran sin número. Vendí lo poco que tenía, de secreto, para el camino, y con ayuda de unos embustes hice hasta seiscientos reales. Alquilé una muía y salíme de la posada, adonde no tenia qué sacar más de mi sombra.; Quién contará las angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del ama por el salario, las voces del huésped por la casa, por el arrendamiento? Uno decia:
—Siempre me lo dijo el corazon. Otro:
—Bien me decian á mí que este era un trampista. Al fin yo salí tan bienquisto del pueblo, que dejé con mi ausencia á la metad dél llorando, y á la otra metad riéndose de los que lloraban. Ibame entreteniendo por el camino considerando en estas cosas, cuando, pasado Torote, encontré con un hombre en un macho de albarda, pl cual iba hablando entre sí con muy gran priesa; y tan embebecido, que aun estando á su lado no me veia. Saludéle y saludóme; preguntóle dónde iba, y despues que nos pagamos las respuestas, comenzamos á tratar de si bajaba el turco, y de las fuerzas del rey. Comenzó á decir de qué manera se podia ganar la Tierra Santa, y cómo se ganaría Argel; en los cuales discursos eché de ver que era loco repúblico y de gobierno. Proseguimos en la conversación propia de picaros, y venimos á dar, de una cosa en otra, en Mandes. Aquí fué ello, que empezó á suspirar y decir:
—Más me cuestan á mí esos estados que al rey, porque há catorce años que ando con un arbitrio, que si como es imposible, no lo fuera, ya estuviera todo sosegado.
—¿Qué cosa puede ser (le dije), que conviniendo tanto, sea imposible y no se puede hacer?
—¿Quién dice á vuesamerced (dijo luego) que no se puede hacer? Hacerse puede, que ser imposible es otra cosa si no fuera por dar pesadumbre á vuesamerced, le contara lo que es; pero allá se verá; que agora lo pienso imprimir con otros trabajillos, entre los cuales le doy al rey modo de ganar á Ostende por dos caminos. Roguéle que los dijese, y sacándole de las faldriqueras, me mostró pintado el fuerte del enemigo y el nuestro, y dijo: Bien ve vuesamerced que la dificultad de todo está en este pedazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas, y quitarle de allí. Di yo con este desatino, una gran risada, y él mirándome á la cara, me dijo: A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto; que á todos les da gran contento.
—Ese tengo yo por cierto (le dije) de oir cosa tan nueva y tan bien fundada; pero advierta vuesamerced que ya que chupe el agua que hubiere entonces, tornará luego la mar á echar más.
—No hará la mar tal cosa; que lo tengo yo eso por muy apurado (me respondió); fuera de que yo tengo pensada una invención para hundir la mar por aquella parte doce estados. No le osé replicar, de miedo que me dijese tenia arbitrio para tirar el ciclo acá abajo: no vi en mi vida tan gran orate. Decíame que Juanelo no habia hecho nada; que él trazaba agora de subir toda el agua de Tajo á Toledo de otra manera más fácil: y sabido lo que era, dijo que por ensalmo. ¡Mire vuesamerced quién tal oyó en el mundo! Y al cabo me dijo: Y no lo pienso poner en ejecución si primero el rey no me da una encomienda; que la puedo tener muy bien, y tengo una ejecutoria muy honrada. Con estas pláticas y desconciertos llegámos á Torrejon, donde se quedó, que venía á ver una parienta suya. Yo pasé adelante, pereciéndome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando Dios enhorabuena, desde léjos vi una muía suelta, y un hombre junto á ella á pié, que mirando un libro, hacia unas rayas que medía con un compás. Daba vueltas y saltos á un lado y otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro, hacia mil cosas saltando. Yo confieso que entendí por gran rato (que me paré desde algo léjos á verlo) que era encantador, y casi no me determinaba á pasar. Al fin me determiné, y llegando cerca, sintióme; cerró el libro, y al poner el pié en el estribo, resbalósele y cayó. Levantóle, y díjome: No tomé bien el medio de proporcion para hacer la circunferencia al subir. Yo no entendí lo que me dijo, y luego temí lo que era, porque más desatinado hombre no ha nacido de las mujeres. Preguntóme si iba á Madrid por línea recta, ó si iba por camino circunflejo. Y yo, aunque no le entendí, le dije que circunflejo. Preguntóme cuya era la espada que llevaba al lado; respondíle que mía, y mirándola dijo: Esos gavilanes habian de ser más largos, para reparar los tajos que se forman sobre el centro de las estocadas; y empezó á meter una parola tan grande, que me forzó á preguntarle qué materia profesaba. Díjome que él era diestro verdadero, y que lo haría bueno en cualquiera parte. Yo, movido á risa, le dije:
—Pues en verdad que por lo que yo vi hacer á vuesamerced en el campo, que más le tenia por encantador, viendo los círculos.
—Eso (me dijo) era que se me ofreció una treta por el cuarto círculo con el compás mayor, cautivando la espada para matar sin confesion al contrario, porque no diga quien lo hizo; y estaba poniéndolo en términos de matemática.
—;Es posible (le dije yo) que hay matemática en eso? Dijo:
—No solamente matemática, mas teología, filosolía, música y medicina.
—Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte.
—No os burléis (me dijo); que ahora aprendéis la limpiadera contra la espada, haciendo los tajos mayores, que comprehendan en sí las espirales de la espada.
—No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande.
—Pues este libro las dice (me respondió) que se llama Grandezas de la espada, y es muy bueno y dice milagros. Y para que lo creáis, en Rejas, que dormirémos esta noche, con dos asadores me veréis hacer maravillas; y no dudéis que cualquier que leyere este libro matará todos los que quisiere.
—O ese libro enseña á hacer pestes á los hombres, ó le compuso (dije yo) algún doctor.
—¿Cómo doctor? Bien lo entiende (me dijo); es un gran sabio, y aun estoy por decir más.
En estas pláticas llegámos á Rejas: apeámonos en una posada, y al apearnos me advirtió con grandes voces que hiciese un ángulo obtuso con las piernas, y que reduciéndolas á líneas paralelas, me pusiese perpendicular en el suelo. El huésped me vió reir y se rió. Preguntóme si era indio aquel caballero, que hablaba de aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio. Llegóse luego al huésped, y díjole:
—Señor, déme vuesamerced dos asadores para dos ó tres ángulos, que al momento se los volveré.
-¡Jesús! (dijo el huésped) déme acá vuesamerced los ángulos, que mi mujer los asará, aunque aves son que no las he oido nombrar.
—Que no son aves (dijo volviéndose á mí). ¡Mire vuesamerced lo que es no saber! Déme los asadores, que no los quiero sino para esgrimir, que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo lo que ha ganado en su vida. En fin, los asadores estaban ocupados, y hubimos de tomar dos cucharones. No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba un salto y decia: Con este compás alcanzo más, y gano los grados del perfil; ahora me aprovecho del movimiento remiso para matar el natural; esta habia de ser cuchillada, y este tajo. No llegaba á mí desde una legua, y andaba al derredor con el cucharon; y como yo no estaba quedo, parecían tretas contra olla que se sale estando al fuego. Díjome: Al fin esto es lo bueno, y no las borracheras que enseñan estos bellacos maestros de esgrima, que no saben sino beber! No lo habia acabado de decir, cuando de un aposento salió un mulatazo mostrando las presas, con un sombrero engerto en guardasol, y nn coleto de ante bajo de una ropilla suelta y llena de cintas, zambo de piernas á lo águila imperial; la cara con un per signum crucis de inimicis suis; la barba de ganchos con unos bigotes de guardamano, y una daga con más rejas que un locutorio de monjas; y mirando al suelo dijo:
—Yo soy examinado y traigo la carta, y por el sol que calienta los panes, que haga pedazos á quien tratare mal á tanto buen hijo como profesa la destreza. Yo, que vi la ocasion, metíme en medio, y dije que no hablaba con él, y que así no tenia de qué picarse. Meta mano á la blanca si la trae, y apuremos cuál es verdadera destreza, y déjese de cucharones. El pobre de mi compañero abrió el libro, y dijo en altas voces:
—Este libro lo dice, y está impreso con licencia del rey, y yo sustentaré que es verdad lo que dice, con el cucharon y sin el cucharon, aquí y en otra parte; y si no midámoslo; y sacó el compás y comenzó á decir: Este ángulo es obtuso. Y entonces el maestro sacó la daga y dijo:
—Yo no sé quién es Angulo, ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales hombres; pero con esta en la mano le haré pedazos. Acometió al pobre diablo, el cual empezó á huir dando saltos por la casa, diciendo:
—No me puede herir; que le he ganado los grados del perfil. Metímoslos en paz el huésped y yo y otra gente que habia, aunque de risa no me podia mover.
Metieron al buen hombre en su aposento, y á mí con él; cenamos, y acostémonos todos los de la casa, y á las dos de la mañana levántase en camisa, y empieza á andar á escuras por el aposento dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates. Despertóme á mí; y no contento con esto, bajó al huésped para que le diese luz, diciendo que habia hallado objeto fijo á la estocada sagita por la cuerda. El huésped se daba á los diablos de que lo despertase; y tanto le molestó, que le llamó loco, y con esto se subió y me dijo que si me queria levantar veria la treta tan famosa que habia hallado contra el turco y sus alfanjes; y decia que luego se la queria ir á enseñar al rey, por ser en favor de los católicos. En esto amaneció, vestímonos todos, pagámos la posada. Hiciéronlos amigos á él y al maestro, el cual se apartó diciendo que lo que alegaba mi compañero era bueno; pero que hacia más locos que diestros, porque los más por lo menos no lo entendían.