De la entrada de Alcalá, patente y burlas que me hicieron por nuevo.
ANTES que anocheciese salimos del mesón á la casa que nos tenian alquilada, que estaba fuera la puerta de Santiago, patio de estudiantes donde hay muchos juntos, aunque esta teníamos entre tres moradores diferentes no más. Era el dueño y huésped de los que creen en Dios por cortesía ó sobre falso: moriscos los llaman en el pueblo, que hay muy grande cosecha desta geste y de la que tiene sobradas narices, y solo les falta para oler tocino: digo esto, confesando la mucha nobleza que hay entre la gente principal, que cierto es mucha. Recibióme pues el huésped con peor cara que si yo fuera el Santísimo Sacramento: ni sé si lo hizo porque le comenzásemos á tener respeto, ó por ser natural suyo dellos, que no es mucho tenga mala condicion quien no tiene buena ley. Pusimos nuestro hato, acomodamos as mas y lo demás, y dormimos aquella noche. Amaneció y hélos aquí en camisa todos los estudiantes de a posada á pedir la patente á mi amo. El, que no sabía lo qué era, preguntóme que qué querían. Y o entre por lo que podia suceder, me acomodé entre dos colchones, y sola tenia la media cabeza fuera, que parecia tortuga. Pidieron dos docenas de reales; diéronelos, y cantando comenzaron una grita del diablo, Diciendo Viva el compañero, y sea admitido en nuestra amistad; goce de las preeminencias de antiguo, pueda tener sarna, andar manchado y padecer el hambre que todos. Y con esto (¡mire vuesamerced qué privilegio!) ron por la escalera, y al momento nos vestímos no otros y tomámos el camino para escuelas. A mi amo apadrináronle unos colegiales conocidos de su padre, y entró en su general; pero yo, que habia de entrar en otro diferente y fui solo, comencé á temblar. Entre en el patio, y no hube metido bien el pié, cuando me encararon y empezaron á decir: Nuevo o, por disimular, di en reír, como que no hacia caso, más no basto, porque llegándose á mí ocho ó nueve, comenzaron reirse. Púseme colorado (nunca Dios lo permitiera), pues al instante se puso uno que estaba á mi lado sus manos en las narices, y apartándose dijo.
—Por resucitar está este Lázaro, segun hice e, esto todos se apartaron, tapándose las narices. Yo, que me pensé escapar, también me puse las manos y dije:
—Vuesas mercedes tienen razón, que güele muy Dióles mucha risa, y apartándose, ya estaban ju hasta ciento. Comenzaron á escarbar y tocar al arma, y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. En esto un manchegazo atatarrado me hizo alarde de uno terrible, diciendo:
—Esto hago. Yo entonces, que me vi perdido, dije:
—Juro á Dios que me la... Iba á decirle, pero fue tal la batería y lluvia que cayó sobre mí, que no pude acabar la razón. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que todos tiraban á mí, y era de ver sin duda como tomaban la puntería. Estaba ya nevado de pies á cabeza; pero un bellaco, viéndome cubierto y que no tenia en la cara cosa, arrancó hacia mí, diciendo con gran cólera:
—Basta, no le matéis. Yo, que segun me trataban, creí dellos que lo harian, destapé por ver lo que era, y al mismo tiempo el que daba las voces me enclavó un gargajo entre los dos ojos. Aquí se han de considerar mis angustias: levantó la infernal gente una grita que me aturdieron; y yo, segun lo que echaron sobre mí de sus estómagos, pensé que por ahorrar de médicos y boticas aguardaban nuevos para purgarse. Quisieron tras esto darme de pescozones; pero no habia dónde, sin llevarse en las manos la mitad del aceite de mi negra capa, ya blanca por mis pecados. Dejáronme; y iba hecho aljufaina de viejo á pura saliva; fuíme á casa, que apénas acerté á entrar en ella, y fué ventura el ser de mañana, porque solo topé dos ó tres muchachos (que debian ser bien inclinados) porque no me tiraron más de cuatro á seis trapazos, y luego se fuéron. Entré en casa, y el morisco, que me vió, comenzó á reirse y hacer como que queria escupirme. Yo, que temí que lo hiciese, dije:
—Tened, huésped, que no soy Ecce-Homo. Nunca lo dijera, porque me dió dos libras de porrazos so re hombros con las pesas que tenia. Con esta ayuda costa, medio baldado, subí arriba, y en buscar dónde asir la sotana y el manteo se pasó mucho al fin le quité, y me eché en la cama, colgué e azotea. Vino mi amo, y como no sabia la asquerosa aventura, enojóse y comenzóme á dar repelones con tanta priesa, que á dos más me despierta calvo. Levantóme dando voces y quejándome, y él con más cólera dijo:
—¿Es buen modo de servir este, Pablos? Ya es otra vida. Yo, cuando oí decir otra vida, entendí que era ya muerto, y dije:
—Bien me anima vuesamerced en mis trabajos; vea cuál está aquella sotana y manteo, que ha servido de pañizuelos á las mayo narices que se han visto jamás en paso de Sema Santa; y con esto empecé á llorar.
El, viendo mi llanto, creyólo, y buscando a o y viéndola, compadecióse de mí y dijo.
—Pablos, abre el ojo, que asan carne; mira por tí que aquí no tienes otro padre ni madre. Contéle todo lo que habia pasado, y mandóme desnudar mi aposento, que era donde dormían cuatro criados de los huéspedes de casa. Acostóme y dormí; y con esto á la noche, despues de haber comido y cenado bien, me hallé fuerte ya, como si no hubiera pasado nada por mí; pero cuando comienzan desgracias en una, parece que nunca se han de acabar, que andan encadenadas, y unas traen á otras. Viniéronse á acostar los otros criados, y saludándome todos, me preguntaron si estaba malo, y cómo estaba en la cama. Yo les conté el caso, y al punto, como si en ellos no hubiera mal ninguno, se empezaron á santiguar diciendo:
—No se hiciera entre luteranos.
—¡Hay tal maldad! Otro decia:
—El rector tiene la culpa en no poner remedio. ¿Conocerá los que eran? Yo respondí que nó, y agradecíles la merced que me mostraban hacer. Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luz, y dormíme yo, que me parecía estaba con mi padre y mis hermanos. Debían ser las doce, cuando el uno dellos me despertó á puros gritos, diciendo:
—¡Ay, que me matan! ¡Ladrones! Sonaban en su cama unas voces y golpes de látigo. Yo levanté la cabeza y dije:
—¿Qué es eso? y apénas me descubrí, cuando con una maroma me asentaron un azote con hijos en todas las espaldas. Comencé á quejarme, quíseme levantar; quejábase el otro también, y dábame á mí solo. Yo comencé á decir: ¡Justicia de Dios! Pero menudeaban tanto los azotes sobre mí, que ya no me quedó (por haberme tirado las frazadas abajo) remedio sino el de meterme debajo de la cama. Hízelo así, y al punto los tres que dormían empezaron á dar gritos también: y como sonaban los azotes, yo creí que alguno de afuera nos daba á todos. Entre tanto aquel maldito que junto á mí se pasó á mi cama y proveyó en e y brióla; y pasándose á la suya, cesaron os azo, y levantáronse con grandes gritos todos cuatro diciendo:
—Es gran bellaquería, y no ha de pasar así. Todavía me estaba debajo de la cama, quejándome como perro cogido entre puertas, tan encogido, que un galgo con calambres. Hicieron los otros que cerraban la puerta, y yo entonces salí de donde estaba, y subíme á mi cama, preguntando si acaso les habian hecho mal: todos se quejaban de muerte. Acosté y cubríme, y torné á dormir; y como entre sueños revolcase, cuando desperté hallóme sucio hasta trenzas. Levantáronse todos, y yo tomé por achaque los azotes para no vestirme; no habia diablos que m moviesen de un lado: estaba confuso considerando si acaso con el miedo y la turbación, sin sentirlo, habia hecho aquella vileza, ó si entre sueños; al fin yo me hallaba inocente y culpado, y no sabía disculparme. Los compañeros se llegaron á mí quejándose y mu disimulados á preguntarme cómo estaba; y yo les dije que muy malo, porque me habian dado muchos azote Preguntábales yo qué podía haber sido, y ellos decía
—A fe que no se escape, que el matemático nos dirá. Pero dejando esto, veamos si estáis herido, que os quejábades mucho; y diciendo esto, fuéron á levantar la ropa con deseo de afrentarme. En esto mi entró diciendo:
-¿Es posible, Pablos, que no he de poder contigo. Son las ocho,¿y estáste en la cama? Levántate enhoramala. Los otros, por asegurarme, contaron á don Diego el caso todo, y pidiéronle que me dejase dormir, y decia uno:
—Y si vuesamerced no lo cree, levanta, amigo, y agarraba de la ropa. Yo la tenia asida con los dientes por no mostrar la caca; y cuando ellos vieron que no habia remedio por aquel camino, dijo uno:
—¡Cuerpo de Dios, y cómo hiede! Don Diego dijo lo mismo, porque era verdad; y luego tras él comenzaron todos á mirar si habia en el aposento algún servicio; decían que no se podia estar allí. Dijo uno:
—Pues es muy bueno esto para haber de estudiar. Miraron las camas, y quitáronlas para ver debajo, y dijeron:
—Sin duda debajo de la de Pablos hay algo; pasémosle á una de las nuestras, y miremos debajo della. Yo, que veia poco remedio en el negocio y que me iban á echar la garra, fingí que me habia dado mal de corazon; agarróme á los palos y hice visajes. Ellos, que sabían el misterio, apretaron conmigo, diciendo:
—¡Gran lástima! Don Diego me tomó el dedo del corazon, y al fin entre los cinco me levantaron; y al alzar las sábanas fué tanta la risa de todos, viendo los recientes, no ya palominos, sino palomos grandes, que se hundía el aposento.
—Pobre dél, decían los grandísimos bellacos; yo hacia el desmayado.
—Tírele vuesamerced mucho dese dedo del corazon; y mi amo, entendiendo hacerme bien, tanto tiró, que me le desconcertó. Los otros también trataron de darme un garrote en los muslos, y decían:
—El pobrecito ahora sin duda se ensució cuando le dió el mal. ¡Quién dirá lo que yo pasaba entre nu, uno con la vergüenza, descoyuntado un dedo, y á peligro de que me diesen garrote! Al fin, de miedo que me le diesen (que ya me tenían los cordeles en los muslos), hice que habia vuelto; y por presto que lo hice, como los bellacos iban con malicia, ya me habian hecho dos dedos de señal en cada pierna. Dejáronme diciendo.
—¡Jesus, y qué flaco sois! o lloraba de enojo, y ellos decían adrede:
—Más va en vuestra salud que en el haberos ensuciado: callé; y con esto me pusieron en la cama después de haberme lavado, y se fuéron o no hacia a solas sino considerar cómo casi era más lo que habia pasado en Alcalá en un dia que todo lo que me sucedió con Cabra. A medio dia me vestí, limpié la sotana lo mejor que pude (lavándola como gualdrapa), aguardé á mi amo, que en llegando me preguntó cómo estaba. Comieron todos los de casa y yo, aunque poco y de mala gana; y despues, juntándonos todos a par ar en el corredor, los otros criados, despues de darme vaya, declararon la burla. Riéronla todos, doblóseme mi afrenta; y dije entre mí:
—Avison, Pablos, alerta. Propuse de hacer nueva vida; y con esto, hechos amigos, vivimos de allí adelante todos los de casa como hermanos, y en las escuelas y patios nadie me inquietó más.