VI

De las crueldades del ama, y travesuras que yo hice.

HAZ como vieres, dice el refrán, y dice bien. De puro considerar en él, vine a verme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pudiese, que todos. No sé si salí con ello; pero yo aseguro á vuesamerced que hice todas las diligencias posibles. Lo primero, yo puse pena de la vi todos los cochinos que se entrasen en casa, los pollos del ama que del corral pasasen á mi aposento. Sucedió que un dia entraron dos puercos del mejor al 0 ] vi en mi vida; yo estaba jugando con los otros criados, y oílos gruñir y dije á uno:

—Vaya, y vea quién gruñe en nuestra casa. Fué, y dijo que dos marranos. Yo, que lo oí, me enoje ta que salí allá diciendo que era mucha bellaqueus atrevimiento venir á gruñir á casas ajenas; y diciendo esto, envásele á cada uno (á puerta cerrada) la espada por los pechos, y luego los acogotamos; y porque no se oyese el ruido que hacían, todos á la par dábamos grandísimos gritos como que cantábamos; y así expiraron en nuestras manos. Sacámos los vientres, recogimos la sangre, y á puros jergones los medio chamuscamos en el corral; de suerte que cuando vinieron los amos ya estaba hecho, aunque mal, sino eran los vientres, que no estaban acabadas de hacer las morcillas, y no por falta de priesa, que en verdad que por no detenernos las habiamos dejado la mitad de lo que ellos se tenian dentro. Supo pues don Diego y el mayordomo el caso, y enojáronse conmigo de manera, que obligaron á los huéspedes (que de risa no se podían valer) á volver por mí. Preguntábame don Diego qué habia de decir si me acusaban y me prendia la justicia. A lo cual respondí yo que me llamaría hambre, que es el sagrado de los estudiantes, y si no me valiese, diria:

—Como se entraron sin llamar á la puerta, como en su casa, entendí que eran nuestros. Riéronse todos de las disculpas. Dijo don Diego:

—A fe, Pablos, que os hacéis á las armas. Era de notar ver á mi amo tan quieto y religioso, y á mí tan travieso, que el uno exageraba al otro ó la virtud ó el vicio.

No cabia el ama de contento, porque éramos los dos al mohíno: habiamonos conjurado contra la despensa. Yo era el despensero Judas, que desde entonces heredé no sé qué amor á la sisa en este oficio. La carne no guardaba en manos del ama la orden retórica porque siempre iba de más á menos; y la vez que podia echar cabra ó oveja, no echaba carnero, y si habia huesos, no entraba cosa magra: y así hacia unas ollas tísicas de puro flacas; unos caldos, que á estar cuajados, se podian hacer sartas de cristal de las dos pase diferenciar, para que estuviese gorda la o a, so unos cabos de velas de sebo. Ella decia (cuando yo estaba delante) á mi amo:...

—Por cierto que no hay servicio como el de Pablicos, si él no fuese travieso: consérvele vuesamerced, que bien se le puede sufrir el ser travieso por la fidelidad; lo mejor de la plaza trae. Y o por el consiguiente, decia de ella lo mismo, y así teníamos engaña casa. Si se compraba aceite de por junto, car tocino, escondíamos la metad, y cuando nos padecíamos el ama y yo:

—Modérense vuesas mercedes en el gasto, que e verdad, si se dan tanta priesa, no baste la hacienda del rey. Ya se ha acabado el aceite ó el carbón; pcio ta priesa se han dado. Mande vuesamerced comprar más, y á fe que se ha de lucir de otra manera: dénle dineros á Pablicos. Dábanmelos, y vendíamosles la metad sisada, y de lo que comprábamos, la otra metad, es era en todo. Y si alguna vez compraba yo algo plaza por lo que valia, reñíamos adrede el ama y yo. Ella decia como enojada:

—No me digáis á mí, Pablicos, que estos so cuartos de ensalada. Yo hacia que lloraba, daba mi voces, y íbame á quejar á mi señor, y apretábale para que enviase el mayordomo á saberlo, pata que el ama, que adrede porfiaba. Iba, y sabíalo, y con esto asegurábamos al amo y al mayordomo, y quedaban agradecidos, en mí á las obras, y en el ama al celo de su bien. Decíale don Diego, muy satisfecho de mí:

—Así fuese Pablicos aplicado á virtud, como es de fiar: toda esta es la lealtad. ¿Qué me decís vos dél? Tuvímoslos desta manera chupándolos como sanguijuelas: yo apostaré que vuesamerced se espanta de la suma del dinero al cabo del año. Ello mucho debió de ser, pero no obligaba á restitución, porque el ama confesaba y comulgaba de ocho á ocho días, y nunca le vi rastro ni imaginación de volver nada ni hacer escrúpulo, con ser, como digo, una santa. Traia un rosario al cuello siempre tan grande, que era más barato llevar un haz de leña á cuestas. Dél colgaban muchos manojos de imágenes, cruces y cuentas de perdones. En todas decia que rezaba cada noche por sus bienhechores. Contaba ciento y tantos santos abogados suyos; y en verdad que habia menester todas estas ayudas para desquitarse de lo que pecaba. Acostábase en un aposento encima del de mi amo, y rezaba más oraciones que un ciego. Entraba por el Justo Juez, y acababa con el Conquibules (que ella decia) y en la Salve Rehíla. Decia las oraciones en latin adrede por fingirse inocente; de suerte que nos despedazábamos de risa todos. Pensará vuesamerced que siempre estuvimos en paz; pues ¿quién ignora que dos amigos, como sean cudiciosos, si están juntos, se han de procurar engañar el uno al otro? Sucedió que el ama criaba gallinas en el corral; yo tenia gana de comerla una: tenia doce ó trece pollos grandecitos; y un dia, estando dándoles de comer, comenzó á decir: Pió, pió, y esto muchas veces. Yo que oí el modo de llamar, comencé á dar voces y dije:

—¡Oh cuerpo de Dios, ama! ¿No hubiérades muerto un hombre, ó hurtado moneda al rey, cosa que yo pudiera callar, y no haber hecho lo que habéis hecho, que es imposible dejarlo de decir? ¡Mal aventurado de mí y de vos! Ella, como me vió hacer extremos con tantas véras, turbóse algún tanto y dijo:

-Pues, Pablos, yo ¿qué he hecho? Si te burlas, no me aflijas más...

—¿Cómo burlas? ¡pesia tal! o no puedo dejar dar parte á la Inquisición, porque si no, estaré descomulgado.

—¿Inquisición? (lijo ella, y empezó á temblar; ¿Pues yo he hecho algo contra la te.

—Eso es lo peor, decia yo: no os burléis con inquisidores; decid que fuisteis una boba que os decís, y no negueis la blasfemia y desacato. Ella con el miedo dijo:

—Pues, Pablos, y si me desdigo, ¿castigaránme? Respondíle:

—Nó, porque solo os absolverán.

—Pues yo me desdigo, dijo. Pero díme tú de qué; que no lo sé yo, así tengan buen siglo las ánimas de mis difuntos.

—¿Es posible que no advertisteis en qué? No sé cómo lo diga; que el desacato es tal, que me acobarda.;No os acordais que dijisteis á los pollos, pió, pió, y es Pió nombre de los papas, vicarios de Dios y cabezas de la Iglesia? Papáos el pecadillo. Ella quedó como muerta, y dijo:

—Pablos, yo lo dije, pero no me perdone Dios si fué con malicia. Yo me desdigo: mira si hay camino para que se pueda excusar el acusarme, que me moriré si me veo en la Inquisición.

—Como vos juréis en una ara consagrada que no tuvisteis malicia, yo asegurado podré dejar de acusaros; pero será necesario que esos dos pollos que comieron llamándoles con el santísimo nombre de los pontífices, me los déis para que yo los lleve á un familiar que los queme, porque están dañados; y tras esto habéis de jurar de no reincidir de ningún modo. Ella muy contenta dijo:

—Pues llévatelos, Pablos, agora; que mañana juraré. Yo, por más asegurarla, dije:

—Lo peor es, Cepriana (que así se llamaba), que yo voy á riesgo, porque me dirá el familiar si soy yo, y entre tanto me podrá hacer vejación. Llevadlos vos; que yo pardiez que temo.

—Pablos (decia cuando me oyó esto), por amor de Oios, que te duelas de mí y los lleves; que á tí no te puede suceder nada. Dejéla que me lo rogase mucho, y al fin (que era lo que queria) determinóme, tomé los pollos, escondílos en mi aposento, hice que iba fuera, y volví diciendo:

—Mejor se ha hecho que yo pensaba; queria el familiarcito venirse tras mí á ver la mujer, pero lindamente te le he encañado y negociado. Dióme mil abrazos y otro pollo para mí, y yo fuíme con él adonde habia dejado sus compañeros, y hice hacer en casa de un pastelero una cazuela, y comímelos con los demás criados. Supo el ama y don Diego la maraña, y toda la casa la celebró en extremo. El ama llegó tan al cabo de pena, que por poco se muriera; y de enojo no estuvo dos dedos (á no tener por qué callar) de decir mis sisas. Yo, que me vi ya mal con el ama, y que no la podia burlar, busqué nuevas trazas de hollarme, y di en lo que llaman los estudiantes correr ó rebatar. En esto me sucedieron cosas graciosísimas, porque yendo una noche á las nueve (que ya anda poca gente) por la calle Mayor, vi una confitería, y en ella un cofin de pasas sobre el tablero; y tomando vuelo, vine, agarróle, di á correr: el confitero (lió tras mí y otros criados y vecinos. Yo como iba cargado, vi que aunque les llevaba ventaja, me habian de alcanzar, y al volver una esquina sentóme sobre él, y envolví la capa á la pierna de presto, y empecé á decir con la pierna en la mano:

—¡Ay! Dios se lo perdone, que me ha pisado. Oyéronme esto, y en llegando empecé á decir: Por tan alta señora, y lo ordinario de la hora menguada y aire corruto. Ellos se venían desgañifando, y dijéronme:

—¿Va por ahí un hombre, hermano?

—Ahí delante; que aquí me pisó, loado sea el Señor. Arrancaron con esto, y fuéronse: quedé solo, llevóme el cofín á casa, conté la burla, y no quisieron creer que habia sucedido así, aunque lo celebraron mucho, por lo cual los convidó para otra noche á verme correr cajas. Vinieron, y advirtiendo ellos que estaban las cajas dentro la tienda y que no las podia tomar con la mano, tuviéronlo por imposible, y más por estar el confitero (por lo que le sucedió al otro de las pasas) alerta. Vine pues, y metiendo doce pasos atrás de la tienda mano á la espada, que era un estoque recio, partí corriendo, y en llegando á la tienda, dije: Muera, y tiró una estocada por delante el confitero: él se dejó caer pidiendo confesion, y yo di la estocada en una caja y la pasé y saqué en la espada y me fui con ella. Quedáronse espantados de ver la traza, y muertos de risa de que el confitero decia que le mirasen, que sin duda le habia herido, y que era un hombre con quien habia tenido palabras; pero volviendo los ojos, como quedaron desbaratadas al salir de la caja las que estaban al derredor, echó de ver la burla, y empezó á santiguarse, que no pensó acabar. Confieso que nunca me supo cosa tan bien. Decian los compañeros que yo solo podia sustentar la casa con lo que corria; que es lo mismo que hurtar en nombre revesado. Yo, como era muchacho y veia que me alababan el ingenio con que salia destas travesuras, animábame para hacer otras más. Cada dia traía la pretina de jarras de monjas, que les pedia para beber, y me venia con ellas; introduje que no diesen nada sin prenda primero. Y así, prometí á don friego y á todos los compañeros de quitar una noche las espadas á la misma ronda. Señalóse cuál habia de ser, y fuimos juntos, yo delante; y en columbrar la justicia llegúeme con otro de los criados de casa muy alborotado, y dije:

—justicia? Respondieron:

—Sí.

—;Es el corregidor? Dijeron que sí. Hinquéme de rodillas y dije: Señor, en sus manos de vuesamerced está mi remedio y mi venganza, y mucho provecho de la república; mande vuesamerced oírme dos palabras á solas, si quiere una gran prisión. Apartóse, y ya los corchetes estaban empuñando las espadas y los alguaciles poniendo mano á las varetas, y díjele: Señor, yo he venido de Sevilla siguiendo seis hombres los más facinerosos del mundo, todos ladrones y matadores de hombres, y entre ellos viene uno que mató á mi madre y á un hermano mió por robarlos, y le está probado esto; y vienen acompañando, segun les he oído decir, á una espía francesa; y aun sospecho, por lo que les he oído, que es (y abajando más la voz dije) de Antonio Pérez. Con esto el corregidor dió un salto hácia arriba y dijo:

—¿A dónde están?

—Señor, en la taberna próxima; no se detenga vuesamerced, que las ánimas de mi madre y hermanos se lo pagarán en oraciones, y el rey.

—Hácia Jesús. No nos detengamos; seguidme todos, dadme una rodela. Yo le dije (tornándole á apartar):

—Señor, perderse há si vuesamerced hace eso; ántes importa que todos entren sin espadas y uno á uno; que ellos están en los aposentos y traen pistoletes, y en viendo entrar con espadas, como no la puede traer sino la justicia, dispararán. Con dagas es mejor, y cogerlos por detrás los brazos, que demasiados vamos. Cuadróle al corregidor la traza, con la codicia de la prisión. En esto llegamos cerca, y el corregidor, advertido, mandó que debajo de unas yerbas pusiesen todos las espadas escondidas en un campo que está frente casi de la casa: pusiéronlas y caminaron. Yo, que habia avisado al otro que ellos dejarlas y él tomarlas y pescarse á casa fuese todo uno, hízolo así, y al entrar todos, quedóme atrás el postrero, y en entrando ellos mezclados con otra gente que iba, di cantonada, y emboquóme por una callejuela que va á dar cerca la Vitoria, que no me alcanzara un galgo. Ellos, que entraron y no vieron nada, porque no habian sino estudiantes y picaros, que es todo uno, comenzaron á buscarme; y no me hallando sospecharon lo que fue: yendo á buscar sus espadas, no hallaron media.; Quién contará las diligencias que hizo con el rector el corregidor aquella noche? Anduvieron todos los patios reconociendo las camas. Llegaron á casa: y yo, porque no me conociesen, estaba echado en la cama con un tocador y con una vela en la mano, y un cristo en la otra, y un compañero clérigo ayudándome á morir; los demás rezando las letanías. Llegó el rector y la justicia, y viendo el espectáculo, se salieron, no persuadiéndose que allí pudiera haber habido lugar para tal cosa. No miraron nada; ántes el rector me dijo un responso. Preguntó si estaba ya sin habla, y dijéronle que sí; y con tanto se fueron desesperados de hallar rastro, jurando el rector de remitirle si le topasen, y el corregidor de ahorcarle aunque fuese hijo de un grande. Levánteme de la cama, y hasta hoy no se ha acabado de solemnizar la burla en Alcalá. Y por no ser largo, dejo de contar cómo hacia monte la plaza del pueblo, pues de cajones de tundidores y plateros y mesas de fruteras (que nunca se me olvidará la afrenta de cuando tuí rey de gallos) sustentaba la chimenea de casa todo el año. Callo las pensiones que tenia sobre los habares, viñas y huertos en todo aquello del alderredor. Con estas y otras cosas comencé á cobrar fama de travieso y agudo entre todos. Favorecíanme los caballeros, y apenas me dejaban servir á don Diego, á quien siempre tuve el respeto que era razón, por el mucho amor que me tenia.

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