De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de mis padres, y de la resolución que tomé en mis cosas para adelante,
EN este tiempo vino á don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tio mió llamado Alonso Ramplón, hombre allegado á toda virtud, y muy conocido en Segovia por lo que era allegado á la justicia, pues cuantas allí se habian hecho de cuatro años á esta parte han pasado por sus manos. Verdugo era, si va á decir la verdad, pero un águila en el oficio. Vérsele hacer daba gana de dejarse ahorcar. Este pues me escribió una carta á Alcalá desde Segovia, en esta forma:
CARTA
« Hijo Pablos (que por el mucho amor que me tenia me llamaba así): Las ocupaciones grandes desta plaza en que me tiene ocupado su majestad, no me han dado lugar á hacer esto; que si algo tiene de malo el servir al rey, es el trabajo, aunque le desquita con esta negra honrilla de ser sus criados. Pésame de daros nuevas de poco gusto. Vuestro padre murió ocho dias há con el mayor valor que ha muerto hombre en el mundo: dígolo como quien le guindó. Subió en el asno sin poner pié en el estribo; veníale el sayo vaquero que parecia haberse hecho para él; y como tenia aquella presencia, nadie le veia con los cristos delante que no lo juzgase por ahorcado. Iba con gran desenfado mirando á las ventanas y haciendo cortesías á los que dejaban sus oficios por mirarle; hízose dos veces los bigotes; mandaba descansar á los confesores, y íbales alabando lo que decian bueno. Llegó á la de palo, puso el un pié en la escalera, no subió á gatas ni de espacio; y viendo un escalón hendido, volvióse á la justicia, y dijo que mandase adrezar aquel para otro; que no todos tenian su hígado. No sabré encarecer cuán bien pareció á todos. Sentóse arriba y tiró las arrugas de la ropa atrás; tomó la soga, y púsola en la nuez; y viendo que el teatino le queria predicar, vuelto á él le dijo: Padre, yo lo doy por predicado, y vaya un poco de Credo, y acabemos presto; que no querría parecer prolijo. Hízose ansí: encomendóme que le pusiese la caperuza de lado y que le limpiase las babas: yo lo hice así. Cayó sin encoger las piernas ni hacer gestos; quedó con una gravedad, que no habia más que pedir. Hícele cuartos, y di le por sepultura los caminos: Dios sabe lo que á mí me pesa de verle en ellos, haciendo mesa franca á los grajos; pero yo entiendo que los pasteleros de esta tierra nos consolarán, acomodándole en «los de á cuatro. De vuestra madre, aunque está viva « agora, casi os puedo decir lo mismo; que está presa « en la inquisición de Toledo porque desenterraba los muertos sin ser murmuradora. Halláronla en su casa más piernas, brazos y cabezas que á una capilla de milagros. Dicen que representaba en un auto el dia de la Trinidad, con cuatrocientos de muerte: pésame; que nos deshonra á todos, y á mí principalmente, que al fin soy ministro del rey y me están mal estos parentescos. Hijo, aquí ha quedado no sé qué hacienda escondida de vuestros padres; será en « todo hasta cuatrocientos ducados: vuestro tio soy; lo « que tenga ha de ser para vos. Vista esta, os podréis « venir aquí, que con lo que vos sabéis de latin y retó«rica seréis singular en el arte de verdugo. Respondedme luego, y entretanto Dios os guarde. Etc. »
No puedo negar que sentí mucho la nueva afrenta, pero holguéme en parte (tanto pueden los vicios en los padres, que consuelan de sus desgracias, por grandes que sean, á los hijos). Fuíme corriendo á don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre en que le mandaba que se fuese y no me llevase en su compañía, movido de las travesuras mias que habia oido decir. Díjome cómo se determinaba ir, y todo lo que le mandaba su padre, que á él le pesaba dejarme, y á mí más. Díjome que me acomodaria con otro caballero amigo suyo para que le sirviese. Yo en esto, riéndome, le dije: Señor, yo soy otro, y otros mis pensamientos; más alto pico y más autoridad me importa tener, porque si hasta ahora tenia, como cada cual, mi piedra en el rollo, ahora tengo mi padre. Declaróle cómo habia muerto tan honradamente como el más estirado; cómo le trincharon é hicieron moneda, y cómo me habia escrito mi señor tio el verdugo desto y de la prisioncilla de mamá; que á él, como quien sabía quién yo soy, me pude descubrir sin vergüenza. Lastimóse mucho, y preguntóme qué pensaba hacer. Díle cuenta de mis determinaciones; y con esto al otro dia él se fué á Segovia harto triste, y yo me quedé en la casa disimulando mi desventura. Quemé la carta, porque perdiéndoseme acaso no la leyese alguno, y comencé á disponer mi partida para Segovia con intención de cobrar mi hacienda, y conocer mis parientes, para huir dellos.