XI

Del hospedaje de mi tío, y visitas; la cobranza de mi hacienda, y vuelta á la córte.

TENIA mi buen tio su alojamiento junto al matadero, en casa un aguador; entramos en ella, y díjome:

—No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es á propósito para dar expediente á mis negocios. Subimos por una escalera, que solo aguardé á ver lo que me sucedía en lo alto, para si se diferenciaba en algo de la de la horca. Entrámos en un aposento tan bajo, que andábamos por él como quien recibe bendiciones, con las cabezas bajas. Colgó la penca en un clavo que estaba con otros, de que colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio. Díjome que por qué no me quitaba el manteo y me sentaba; yo le respondí que no lo tenia de costumbre. ¡Dios sabe cuál estaba de ver la infamia de mi tio! Díjome que habia tenido ventura en topar con él en tan buena ocasion, porque comería bien, y tenia convidados unos amigos. En esto entró por la puerta, con una ropa hasta los piés, morada, uno de los que piden para las ánimas, y haciendo són con la cajeta, dijo:

—Tanto me han valido á mí las ánimas hoy como á tí los azotados; encaja. Hiciéronse la mamona el uno al otro; arremangóse el desalmado animero el sayazo, y quedó con unas piernas zambas en gregüescos de lienzo, y empezó á bailar y decir que si habia venido Clemente. Dijo mi tio que nó, cuando Dios y en hora buena, donde en un trapo y con unos zuecos entró un chirimía de la bellota, digo un porquero. Saludónos á su manera, y tras él entró un mulato zurdo y vizco, un sombrero con más falda que un monte y más copa que un nogal, la espada con más gavilanes que la caza del rey, un coleto de ante. Traía la cara de punto, porque á puros chirlos la tenia toda hilvanada. Entró y sentóse, saludando á los de casa, y á mi tio le dijo:

—A fe, Alonso, que lo han pagado bien el Romo y el Garroso. Saltó el de las ánimas, y dijo:

—Cuatro ducados di yo á Flechilla, verdugo de Ocaña, porque aguijase el borrico y no llevase la penca de tres suelas, cuando me palmearon.

Vive Dios (dijo el corchete), que se lo pagué yo sobrado á Lobrezno en Murcia; porque iba el borrico que remedaba el paso de la tortuga, y el bellacon me los asentó de manera, que no se levantaron sino ronchas. Y el porquero, concomiéndose, dijo:

—Aun están vírgenes mis espaldas.

—A cada puerco le viene su san Martin (dijo el demandador).

-Alabarme puedo yo (dijo mi buen tio) entre cuantos manejan la zurriaga, que al que se me encomienda hago lo que debo: sesenta me dieron los de hoy, y llevaron unos azotes de amigo con penca sencilla.

Yo, que vi cuán honrada gente era la que hablaba mi tío, confieso que me puse colorado, de suerte que no pude disimular la vergüenza: echómelo de ver el corchete.

—¿Es el padre el que padeció el otro dia, á quien se dieron ciertos empujones en el envés? Yo dije que no era hombre que padecía como ellos. En esto se levantó mi tio, y dijo:

—Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto. Pidiéronme perdón, y ofreciéronme toda caricia. Yo rabiaba ya por comer y cobrar mi hacienda, y huir de mi tio. Pusieron las mesas, y por una soguilla en un sombrero, como suben la limosna los de la cárcel, subieron la comida de un bodegon que estaba á las espaldas de la casa, en unos mendrugos de platos y retajillos de cántaros y tinajas. No podrá nadie encarecer mi sentimiento y afrenta. Sentáronse á comer, en cabecera el demandador y los demás sin orden. No quiero decir lo que comimos, solo que eran todas cosas para beber. Sorbióse el corchete tres de puro tinto. Viéndome á mí el porquero, me las cogia al vuelo, y hacia más razones que decíamos todos. No habia memoria de agua, y ménos voluntad della. Parecieron en la mesa cinco pasteles de á cuatro; y tomando un hisopo, despues de haber quitado las hojaldres, dijeron un responso todos, con su requiem aetenam, por el ánima del difunto cuyas eran aquellas carnes. Dijo mi tio: Ya os acordais, sobrino, lo que os escribí de vuestro padre. Vínoseme á la memoria: ellos comieron; pero yo pasé con los suelos solos, y quedóme con la costumbre; y asi, siempre que como pasteles rezo una Ave-María por el que Dios haya. Menudeóse sobre dos jarros, y era de suerte lo que bebieron el corchete y el de las ánimas, que se pusieron las suyas tales, que trayendo un plato de salchichas, que parecían de dedos de negro, dijo uno que para qué traian pebetes guisados. Ya mi tio estaba tal, que alargando la mano asiendo una, dijo (con la voz algo áspera y ronca, el un ojo medio acosado, y el otro nadando en mosto): Sobrino, por este pan de Dios, que crió á su imágen y semejanza, que no he comido en mi vida mejor carne tinta. Yo, que vi al corchete, que alargando la mano tomó el salero, y dijo:

—Caliente está este caldo; y que el porquero se llenó el puño de sal, diciendo:

—Bueno es el avisillo para beber; y se lo echó todo en la boca; comencé á reírme por una parte y rabiar por otra. Trajeron caldo, y el de las ánimas tomó con entrambas manos una escudilla, diciendo:

—Dios bendijo la limpieza. Para sorbérsela á la boca se la puso en el carrillo, y volcándola, se asó en el caldo, y se puso todo de arriba abajo que era vergüenza. El, que se vió así, fuése á levantar; y como pesaba algo la cabeza, firmó sobre la mesa (que era de estas movedizas); trastornóla, y manchó á los demás. Iras esto decia que el porquero le habia empujado. El porquero, que vió que el otro se le caia encima, levantóse, y alzando el instrumento de hueso, le dió con él una trompetada: asiéronse á puños, y estando juntos los dos, y teniéndole el demandador mordido de un carrillo, con los vuelcos y alteración el porquero vomitó cuanto habia comido en las barbas del de la demanda. Mi tio, que estaba más en juicio, decia que quién habia traído á su casa tantos clérigos. Yo, que vi que ya en suma multiplicaban, metí en paz la brega, desasí á los dos, y levanté al corchete del suelo, el cual estaba llorando con gran tristeza. Eché á mi tio en la cama, el cual hizo cortesía á un velador de palo que tenia, pensando que era convidado. Quité el cuerno al porquero, el cual, ya que dormian los otros, no habia hacerle callar, diciendo que le diesen su cuerno, porque no habia habido jamás quien supiese en él más tonadas, y que él queria tañer con el órgano. Al fin, yo no me aparté dellos hasta que vi que dormian. Salíme de casa, entretúveme en ver mi tierra toda la tarde, pasé por la casa de Cabra, tuve nueva de que era muerto, y no cuidé de preguntar de qué, sabiendo que hay hambre en el mundo.

Torné á casa á la noche, habiendo pasado cuatro horas, y hallé al uno despierto y que andaba á gatas la noche, que despertaron; y esperezándose, preguntó uno que qué hora era. Respondió el porquero (que aun no la habia desollado), que no era nada, sino la siesta, y que hacia grandes bochornos. El demandador cómo pudo dijo que le diesen la capilla. Mucho han holgado las ánimas para tener á su cargo mi sustento; y fuese, en lugar de ir á la puerta, á la ventana, y como vió estrellas, comenzó á llamar á los otros con grandes voces diciendo que el cielo estaba estrellado á medio dia, y que habia un grande eclipse. Santiguáronse todos y besaron la tierra. Yo, que ví la bellaquería del demandador, escandalicéme mucho y propuse de guardarme de semejantes hombres. Con estas vilezas é infamias que veia yo, ya me crecia por puntos el deseo de verme entre gente principal y caballeros. Despáchelos á todos uno por uno, lo mejor que pude, y acosté á mi tio, que aunque no tenia zorra, tenia raposa; y yo acomodóme sobre mis vestidos y algunas ropas de los que Dios tenga, que estaban por allí.

Pasamos desta manera la noche, y á la mañana traté con mi tio de reconocer mi hacienda y cobralla de presto, diciendo que estaba molido y que no sabía de qué. Echó una pierna, levantóse, tratamos largo en mis cosas, y tuve harto trabajo por ser hombre tan borracho y rústico. Al fin lo reduje á que me diese noticia de parte de mi hacienda (aunque no de toda); y así, me la dió de unos trescientos ducados que mi buen padre habia ganado por sus puños, y dejádolos en confianza de una buena mujer, á cuya sombra se hurtaba diez leguas á la redonda. Por no cansar á vuesamerced digo que cobré y embolsé mi dinero, el cual mi tio no habia bebido ni gastado; que fue harto para ser hombre de tan poca razón, porque pensaba que yo me graduaría con éste, y que estudiando podria ser cardenal; que como estaba en su mano hacerlos, no lo tenia por dificultoso. Díjome, en viendo que los tenia:

—Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no medras y eres bueno, pues tienes á quién parecer; dinero llevas, yo no te he de faltar; que cuanto sirvo y cuanto tengo, para ti lo quiero. Agradecíle mucho la oferta: gastámos el dia en pláticas desatinadas y en pagar las visitas á los personajes dichos. Pasaron la tarde en jugar á la taba mi tio y el porquero y demandador; éste jugaba misas como si fuera otra cosa. Era de ver como se barajaban la taba: cogiéndola en el aire al que la echaba, y meciéndola con la muñeca, se la tornaban á dar. Sacaban de taba como de naipe, para la fábrica de la sed, porque habia siempre un jarro en medio. Vino la noche; ellos se fuéron, acostámonos mi tio y yo, cada uno en su cama, que ya habia proveído para mí un colchon. Amaneció, y ántes que él despertase yo me levanté y me fui á una posada sin que me sintiese: torné á cerrar la puerta por defuera, y eché la llave por una gatera.

Como he dicho, me fui á un mesón á esconder y aguardar comodidad para ir á la córte. Dejéle en el aposento una carta cerrada que contenia mi ida y las causas, avisándole no me buscase, porque eternamente no lo habia de ver.

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