En que me hago representante, poeta y galan de monjas, cuyas propiedades se descubren lindamente.
EN una posada topé una compañía de farsantes, que iban á Toledo; llevaban tres carros, y quiso Dios que entre los compañeros iba uno que lo habia sido mió del estudio de Alcalá, y habia renegado y metídose al oficio. Díjele lo que me importaba el ir allá y salir de la córte; y apenas el hombre me conocía con la cuchillada, y no hacia sino santiguarse de mi per signum crucis. Al fin me hizo amistad (por mi dinero) de alcanzar de los demás lugar para que yo fuese con ellos.
Yo (acaso) comencé á representar un pedazo de la comedia de San Alejo, que me acordaba de cuando muchacho, y representólo de suerte que les di codicia; y, sabiendo, por lo que yo le dije á mi amigo que iba en la compañía, mis desgracias y descomodidades, díjome si quería entrar en la danza con ellos. Encareciéronme tanto la vida de la farándula, y yo, que tenia necesidad de arrimo y me habia parecido bien, concertóme por dos años con el autor: hícele escritura de estar con él, y dióme mi ración y representaciones; y con tanto llegámos á Toledo. Diéronme que estudiase tres ó cuatro loas, y papeles de barba, que los acomodaba bien con mi voz. Yo puse cuidado en todo, y eché la primera loa en el lugar: era de una nave (de lo que son todas) que venia destrozada y sin provisión; decia lo de: Este es el puerto; llamaba á la gente senado; pedia perdón de las faltas y silencio, y entréme. Hubo un vítor de rezado, y al fin parecí bien en el teatro. Representámos una comedia de un representante nuestro, que yo me admiré de que fuesen poetas, porque pensaba que el serlo era de hombres muy doctos y sabios, y no de gente tan sumamente lega; y está ya de manera esto, que no hay autor que no escriba comedias, ni representante que no haga su farsa de moros y cristianos; que me acuerdo yo ántes, que si no eran comedias del buen Lope de Vega y Ramón, no habia otra cosa. Al fin, la comedia se hizo el primer dia, y no la entendió nadie; al segundo empezárnosla, y quiso Dios que empezaba por una guerra, y salia yo armado y con rodela; que si no, á á manos del mal membrillo, tronchos y badeas acabo. No se ha visto tal torbellino; y ello merecíalo la comedia, porque traia un rey de Normandia sin propósito en hábito de ermitaño, y metia dos lacayos por hacer reír, y al desatar de la maraña no habia más de casarse todos, y allá vas. Al fin tuvimos nuestro merecido. Tratámos mal al compañero poeta; y yo, diciéndole que mirase de la que nos habiamos escapado, y escarmentase, díjome que no era suyo nada de la comedia, sino que de un paso de uno y otro de otro habia hecho la capa de pobre de remiendo, y el daño no habia estado sino en lo mal zurcido. Confesóme que los farsantes que hacian comedias todo les obligaba á restitución, porque se aprovechaban de cuanto habian representado, y que era muy fácil; y que el interés de sacar trescientos ó cuatrocientos reales les ponia á aquellos riesgos. Lo otro, que como andaban por esos lugares, y les leen los unos y otros comedias, tomábanlas para verlas, y hurtábanselas, y con añadir una necedad y quitar una cosa bien dicha, decian que era suya. Y declaróme cómo no habia habido farsantes jamás que supiesen hacer una copla de otra manera.
No me pareció mal la traza, y yo confieso que rae incliné á ella, por hallarme con algún natural á la poesía, y más que tenia ya conocimiento con algunos poetas, y habia leido á Garcilaso: y así, determiné de dar en el arte. Y con esto y representar, pasaba la vida: que pasado un mes que habia que estábamos en Toledo haciendo muchas comedias buenas, y también enmendando el yerro pasado (que con esto ya yo tenia nombre, y habia llegado á llamarme Alonsete, porque yo habia dicho llamarme Alonso; y por otro nombre me llamaban el Cruel, por serlo una figura que habia hecho con gran aceptación de los mosqueteros y chusma vulgar),—tenia ya tres pares de vestidos, y autores que me pretendían sonsacar de la compañía. Hablaba ya de entender de la comedia, murmuraba de los famosos, reprehendía los gestos á Pinedo, daba mi voto en el reposo natural de Sánchez, llamaba bonico á Morales, pedíanme el parecer en el adorno de los teatros y trazar las apariencias. Si alguno venía á leer comedia, yo era el que la oia. Al fin, animado con este aplauso, me desvirgué de poeta en un romancico, y y luego hice un entremés, y no pareció mal.
Atrevíme á una comedia; y porque no escapase de ser divina cosa, la hice de Nuestra Señora del Rosario. Comenzaba por chirimías; habia sus ánimas de purgatorio y sus demonios, que se usaban entonces con su bu, bu al salir, y ri, ri al entrar. Caíale muy en gracia al lugar el nombre de Salan en las coplas, y el tratar luego de si cayó del cielo, y tal. En fin, mi comedia se hizo y pareció muy bien. No me daba manos á trabajar, porque acudian á mí enamorados, unos por coplas de cejas, y otros de ojos; cuál de manos, y cuál romancico para cabellos. Para cada cosa tenia su precio; aunque como habia otras tiendas, porque acudiesen á la mia hacia barato. ¿Pues villancicos? Hervia en sacristanes y demandaderas de monjas; ciegos me sustentaban á pura oracion (ocho reales de cada una); y me acuerdo que hice entonces la del Justo Juez, grave y sonorosa, que provocaba á gestos. Escribí para un ciego, que las sacó en su nombre, las famosas que empiezan:
Madre del Verbo humanal,
Hija del Padre divino,
Dame gracia virginal, etc.
Fui el primero que introdujo acabar las coplas, como los sermones, con aquí gracia y después gloria, en esta copla de un cautivo de Tetuan:
Pidámosle sin falacia
Al alto Rey sin escoria,
Pues ve nuestra pertinacia,
Que nos quiera dar su gracia,
Y despues allá la gloria. Amen.
Estaba viento en popa con estas cosas, rico y próspero, y tal, que casi aspiraba ya á ser autor. Tenia mi casa muy bien aderezada, porque habia dado (para tener tapicería barata) en un arbitrio del diablo, y fué de comprar reposteros de tabernas, y colgarlos. Costáronme veinte y cinco ó treinta reales: eran más para ver que cuantos tiene el rey, pues por estos se veia de puro rotos, y por esos otros no se verá nada.
Sucedióme un dia la mejor cosa del mundo, que aunque es en mi afrenta la he de contar. Yo me recogia en mi posada, el dia que escribia comedia, al desvan; y allí me estaba y allí comía: subía una moza con la vianda y dejábamela allí; yo tenia por costumbre escribir representando recio, como si lo hiciera en el tablado. Ordena el diablo que, á la hora y punto que la moza iba subiendo por la escalera (que era angosta y escura) con los platos y olla, yo estaba en un paso de una montería, y daba grandes gritos componiendo mi comedia, y decía:
Guarda el oso, guarda el oso.
Que me deja hecho pedazos,
Y baja tras tí furioso.
¿Qué entendió la moza (que era gallega) como oyó decir baja tras tí y me deja? Que era verdad y que la avisaba; va á huir, y con la turbación písase la saya y rueda toda la escalera; derrama la olla y quiebra los platos, y sale dando gritos á la calle, diciendo que mataba un oso á un hombre. Y por presto que yo acudí, ya estaba toda la vecindad conmigo, preguntando por el oso; y aun contándoles yo cómo habia sido ignorancia de la moza (porque era lo que he referido de la comedia), aun no lo querían creer. No comí aquel día: supiéronlo los compañeros, y fué celebrado el cuento en la ciudad; y destas cosas me sucedieron muchas miéntras perseveré en el oficio de poeta y no salí del mal estado.
Sucedió pues que mi autor (que siempre paran en esto), sabiendo que en Toledo le habia ido bien, le ejecutaron por no sé qué deudas, y le pusieron en la cárcel; con lo cual nos desmembrámos todos, y echó cada uno por su parte. Yo (si va á decir verdad), aunque los compañeros me querian guiar á otras compañías, como no aspiraba á semejantes oficios, y el andar en ellos era por necesidad, viéndome con dineros y bien puesto, no traté más que de holgarme. Despedíme de todos; fuéronse; y yo, que entendí salir de mala vida con no ser farsarte, si no lo ha vuesamerced por enojo, di en amante de red, como cofia, y por hablar más claro, en pretendiente de Antecristo, que es lo mismo que galan de monjas. Tuve ocasion para dar en esto, teniendo yo entendido que era la diosa Vénus una monja, á cuya petición habia hecho muchos villancicos, que se me aficionó en un auto del Corpus, viéndome representar un san Juan Evangelista. Regalábame la mujer con cuidado, y habiame dicho que solo sentia que fuese farsante (porque yo habia fingido que era hijo de un gran caballero), y dábala compasion. Al fin me determiné de escribirla el siguiente papel:
« Más por agradar á vuesamerced que por hacer lo que me importaba, he dejado la compañía; que para mí cualquiera sin la suya es soledad: ya seré tanto más suyo cuanto soy más mió. Avíseme cuándo habrá locutorio, y sabré juntamente cuándo tendré gusto, etc.»
Llevó el billete la andadera. No se podrá creer el grandísimo contento de la buena monja sabiendo mi nuevo estado. Respondióme desta manera:
RESPUESTA
« De sus buenos sucesos antes aguardo los parabienes que los doy, y me pesara dello á no saber que mi voluntad y su provecho es todo uno. Podemos decir que ha vuelto en sí; no resta agora sino perseverancia que se mida con la que yo tendré. El locutorio dudo por hoy; pero no deje de venirse vuesamerced á vísperas; que allí nos verémos, y luego por las vistas, y quizá podré yo hacer alguna pandilla á la abadesa. Y adiós. »
Contentóme el papel; que realmente la mujer tenia buen entendimiento y era hermosa. Comí, y púseme el vestido con que solia hacer los galanes en las comedias. Fuíme luego á la iglesia, recé, y luego empecé á repasar todos los lazos y agujeros de la red con los ojos para ver si parecía; cuando Dios y en hora buena (que más era diablo y en hora mala), oigo la seña antigua; comienzo á toser, y andaba una tosidura de Barrabás: remendábamos un catarro, y parecía que habian echado pimiento en la iglesia.
Al fin yo estaba cansado de toser, cuando se me asoma á la red una vieja tosiendo, y echo de ver mi desventura, que es peligrosísima seña en los conventos; porque como es seña á las mozas, es costumbre en las viejas, y hay hombre que piensa que es reclamo de ruiseñor, y sale una lechuza. Estuve gran rato en la iglesia, hasta que empezaron vísperas; oílas todas; que por esto llaman á los galanes de monjas solemnes enamorados, por lo que tienen de vísperas, y tienen también que nunca salen de vísperas del contento, porque no se les Mega el dia jamás. No se creerá los pares de vísperas que yo oí; estaba con dos varas de gaznate más del que tenia cuando entré en los amores, á puro estirarme para ver. Fui gran compañero del sacristan y monacillo, y muy bien recebido del vicario, que era hombre de humor. Andaba tan tieso, que parecia que almorzaba asadores y que comia virotes.
Fuíme á las vistas, y allá (con ser una plazuela bien grande) era menester enviar á tomar lugar á las doce, como para comedia nueva; hervia en devotos. Al fin me puse donde pude, y podíanse ir á ver por cosas raras las diferentes posturas de los amantes: cuál sin pestañear los ojos mirando; cuál, con su mano puesta en la espada y la otra en el rosario, estaba como figura de piedra sobre sepulcro; otro alzadas las manos y extendidos los brazos á lo seráfico; cuál, con la boca más abierta que la de mujer pedigüeña, sin hablar palabra, la enseñaba á su querida las entrañas por el gaznate; otro, pegado á la pared, dando pesadumbre á los ladrillos, parecia medirse con la esquina; cuál se paseaba como si le hubieran de querer por el portante, como á macho; otro con una cartica en la mano, al uso de cazador con carne, parecia que llamaba al halcón. Los celosos era otra banda: éstos, unos estaban en corrillos riéndose y mirando á ellas; otros leyendo coplas y enseñándoselas; cuál, para dar picón, pasaba por el terrero con una mujer de la mano, y cuál hablaba con una criada echadiza, que le daba un recado. Esto era de la parte de abajo y nuestra, pero de la de arriba, adonde estaban las monjas, era cosa de ver también; porque las vistas era una torrecilla llena de rendijas toda, y una pared con deshilados, que va parecia salvadera, ya pomo de olor. Estaban todos los agujeros poblados de brújulas: allí se veia una petitoria, una mano, y acullá un pié; en otra parte habia cosas de sábado, cabezas y lenguas, aunque faltaban sesos; á otro lado se mostraba buhonería; una enseñaba el rosario; cuál mecía el pañizuelo; en otra parte colgaba un guante; allí salía un listón verde; unas hablaban algo recio, otras tosían; cuál hacia la señal de los sombreros, como si sacara arañas coceando. En verano es de ver como no sólo se calientan al sol, sino se chamuscan; que es gran gusto verlas á ellas tan crudas y á ellos tan asados. En invierno acontece con la humedad nacerle á uno de nosotros berros y arboledas en el cuerpo. No hay nieve que se nos escape ni lluvia que se nos pase por alto; y todo esto al cabo es para ver una mujer por red y vidrieras, como güeso de santo; es como enamorarse de un tordo en jaula, si habla; y si calla, de un retrato... Aman al escondite. ¡Pues verlas hablar quedito y de rezado, sufrir una vieja que riñe, una portera que manda y una tornera que miente; y lo que mejor es, ver cómo nos piden celos de las de acá fuera, diciendo que el verdadero amor es el suyo, y las cau sas tan endemoniadas que hallan para probarlo! Al fin yo llamaba ya señora á la abadesa, padre al vicario, y hermano al sacristan: cosas todas que con el tiempo y el curso alcanza un desesperado. Empezáronme á enfadar las torneras con despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me costaba el infierno, que á otros se da tan barato, y en esta vida por tan descaminados caminos. Veia que me condenaba á puñados, y que me iba al infierno por sólo el sentido del tacto. Si hablaba, solia (porque no me oyesen los demás que estaban en las rejas) juntar tanto con ellas la cabeza, que por dos dias siguientes traia los hierros estampados en la frente, y hablaba tan bajo, que no me podia comprehender si no se valia de trompetilla. No me veia nadie que no decia: Maldito seas, bellaco monjil; y otras cosas peores.
Todo esto me tenia revolviendo pareceres y casi determinado á dejar la monja, aunque perdiese mi sustento, y determinóme el dia de san Juan Evangelista, porque acabé de conocer lo que son monjas. Y no quiera vuesamerced saber más de que las bautistas todas enronquecieron adrede, y sacaron tales voces, que en vez de cantar la misa, la gimieron; no se lavaron las caras, y se vistieron de viejo; y los devotos de las bautistas, por desautorizar la fiesta, trujeron banquetas en lugar de sillas á la iglesia, y muchos picaros del rastro.
Cuando yo vi que las unas por el un santo, y las otras por el otro, trataban indecentemente dellos,—cogiéndola á la monja mia, con título de rifárselos, cincuenta escudos de cosas de labor, medias de seda, bolsillos de ámbar y dulces, tomé mi camino para Sevilla, donde, como en tierra más ancha, quise probar ventura. Lo que la monja hizo de sentimiento, más por lo que la llevaba que por mí, considérelo el pió lector.