De cómo tomé posada, y la desgracia que me sucedió en ella.
SALÍ de la cárcel, hálleme solo y sin los amigos: aunque me avisaron que iban camino de Sevilla á costa de la caridad, no los quise seguir. Determinóme de ir á una posada donde hallé una moza rubia y blanca, miradora, alegre, á veces entremetida y á veces entresacada. Ceceaba un poco, tenia miedo á los ratones, preciábase de manos; y por enseñarlas siempre despabilaba las velas; partía la comida en la mesa; en la iglesia siempre tenia puestas las manos; por las calles iba enseñando qué casa era de uno y cual de otro; en el estrado de continuo tenia un alfiler que prender en el tocado; si se jugaba á algún juego, era siempre al de pizpirigaña, por ser cosa de mostrar manos; hacia que bostezaba adrede, sin tener gana, por mostrar los dientes y hacer cruces en la boca. Al fin, toda la casa tenia ya tan manoseada, que enfadaba ya á sus mismos padres. Hospedáronme muy bien en su casa, porque tenian trato de alquilarla, con muy buena ropa, á tres moradores. Fui el uno yo, el otro un portugués, y un catalan. Hiciéronme muy buena acogida. A mí no me pareció mal la moza. Di en poner en ella los ojos: contábales cuentos que yo tenia estudiados para entretener; traíales nuevas, aunque nunca las hubiese; servíales en todo lo que era de balde. Díjelas que sabía encantamientos y que era nigromante, y que haria que pareciese que se hundia la casa y que se abrasaba, y otras cosas que ellas (como buenas creederas) tragaron. Granjeé una voluntad en todos agradecida, pero no enamorada; que como no estaba tan bien vestido como era razón (aunque ya me habia algo mejorado de ropa por medio del alcaide, á quien visitaba siempre, conservando la sangre á pura carne y pan que le comia), no hacian de mí el caso que era justo.
Di, para acreditarme de rico que lo disimulaba, en enviar á mi casa amigos á buscarme cuando no estaba en ella. Entró uno el primero preguntando por el señor don Ramiro de Guzman; que así dije que era mi nombre, porque los amigos me habian dicho que no era de costa el mudarse los nombres, ántes muy útil. Al fin preguntó por don Ramiro, un hombre de negocios, rico, que hizo agora dos asientos con el rey. Desconociéronme en esto las huéspedas, y respondieron que allí no vivía sino un don Ramiro de Guzman, más roto que rico, pequeño de cuerpo, feo de cara y pobre. Ese es (replicó) el que yo digo, y no quisiera más renta al servicio de Dios que la que tiene de más de dos mil ducados. Contóles otros embustes: quedáronse espantadas, y él las dejó una cédula de cambio fingida que traia á cobrar en mí, de nueve mil escudos; díjoles que me la diesen para que la aceptase; y fuése. Creyeron la riqueza la niña y la madre, y acotáronme luego para marido. Vine yo con gran disimulación, y en entrando me dieron la cédula, diciendo:
—Dineros y amor mal se encubren, señor don Ramiro:;cómo que nos esconda vuesamerced quién es, debiéndonos tanta voluntad? Yo hice como que me habia disgustado por el dejar de la cédula, y fuíme á mi aposento. Era de ver cómo, en creyendo que tenia dinero, me decian que todo me estaba bien. Celebraban mis palabras; no habia tal donaire como el mió. Yo, que las vi cebadas, declaré mi voluntad á la muchacha, y ella me oyó contentísima, diciéndome mil lisonjas. Apartámonos, y una noche (para confirmarlas más en mi riqueza) cerróme en mi aposento, que estaba dividido del suyo con un tabique muy delgado, y sacando cincuenta escudos, los contó tantas veces, que oyeron contar seis mil escudos. Filé esto (de verme con tanto dinero) para ellas todo lo que podia desear, porque se desvelaban para regalarme y servirme.
El portugués se llamaba o señor Vasco de Meneses, caballero de la Cartilla, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas, cuello pequeño y mostachos grandes. Ardia por doña Berenguela de Rebolledo (que así se llamaba); enamorábala sentándose á conversación, y suspirando más que beata en sermón de cuaresma. Cantaba mal; y siempre andaba apuntado con él el catatan, el cual era la criatura más triste y miserable que Dios crió. Comia á tercianas, de tres á tres dias, y el pan tan duro, que apénas le podia morder un maldiciente. Pretendía por lo bravo, que si no era poner güevos, no le faltaba otra cosa para ser gallina, porque cacareaba notablemente. Como vieron los dos que yo iba tan adelante, dieron en decir mal de mí. El portugués decia que era un piojoso, pícaro, desarropado; el catalan me trataba de cobarde y vil. Yo lo sabía todo, y á veces lo oia; pero no me hallaba con ánimo para responder. Al fin la moza me hablaba y recibia mis billetes. Comenzaba por lo ordinario: Este atrevimiento, su mucha hermosura de vuesamerced; decia lo fie me abraso, trataba de penar, ofrecíame por esclavo, firmaba el corazón con la saeta. Al fin llegámos á los túes; y yo (para alimentar más el crédito de mi calidad) salíme de casa y alquilé una muía, y arrebozado y mudando la voz vine á la posada, y pregunté por mí mismo, diciendo sí vivía allí su merced fiel señor don Ramiro de Guzman, señor del Valcerrado y Vellorete. Aquí vive, respondió la niña, un caballero de ese nombre, pequeño fie cuerpo. Y por las señas dije yo que era él, y la supliqué que le dijese que Diego fie Solórzano, su mayordomo que fué fie las depositarías, pasaba á las cobranzas, y le habia venido á besar las manos. Con esto me fui y volví á casa de allí á un rato.
Recibiéronme con la mayor alegría del mundo, diciendo que para qué les tenia escondido el ser señor del Valcerrado y Vellorete; diéronme el recado. Con esto la muchacha se remató, codiciosa de marido tan rico, y trazó de que la fuese á hablar á la una de la noche por un corredor que caia á un tejado, donde estaba la ventana de su aposento. El diablo, que es agudo en todo, ordenó que venida la noche, yo, deseoso de gozar de la ocasion, me subí al corredor; y por pasar desde él al tejado que habia de ser, vánseme los piés, y doy en el de un vecino escribano tan desatinado golpe, que quebré todas las tejas y quedaron estampadas en las costillas. Al ruido despertó la media casa, y pensando que eran ladrones (que son antojadizos dellos los deste ofició), subieron al tejado. Yo, que ví esto, quíseme esconder detrás de una chimenea, y fué aumentar la sospecha, porque el escribano y dos criados y un hermano me molieron á palos y me ataron á vista de mi dama, sin bastarme ninguna diligencia. Mas ella se reia mucho, porque como yo la habia dicho que sabía hacer burlas y encantamientos, pensó que habia caido por gracia y nigromancía, y no hacia sino decirme que subiese, que bastaba ya. Con esto, y con los palos y puñadas que me dieron, daba aullidos; y era lo bueno que ella pensaba que todo era artificio, y no acababa de reir. Comenzó luego á hacer la causa, y porque me sonaron unas llaves en la faldriquera, dijo y escribióque eran ganzúas, aunque las vió, sin haber remedio de que no lo fuesen. Díjele que era don Ramiro de Guzman, y rióse mucho. Yo, triste (que me habia visto moler á palos delante de mi dama, y me vi llevar preso sin razón y con mal nombre), no sabía qué hacerme. Hincábame delante del escribano de rodillas, y rogábaselo por amor de Dios; y ni por esas ni por esotras bastaba con el escribano á que me dejase.
Todo esto pasaba en el tejado; que los tales aun de las tejas arriba levantan falsos testimonios. Dieron orden de bajarme abajo, y lo hicieron por una ventana que caia á una pieza que servia de cocina.